Por Gustavo Ramírez
“Ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser”, dice una de las 20 verdades peronistas que parecen guardadas en la memoria de aquellos que preservan la integridad de la filosofía política que conduce irreductiblemente a la liberación nacional. Los problemas de superestructura condensan la crisis de representatividad del peronismo en relación con su pérdida de identidad.
Tal es así que un sector de la dirigencia, ahora plenamente jugada a sostener el mandato de Cristina Fernández dentro de la estructura partidaria, confunde alevosamente al partido como un fin en sí mismo y no como un instrumento para acceder a fines más grandes y nobles. Al mismo tiempo, se reitera la perseverancia de anular todo tipo de interrogantes en función de ponderar la fuerza de un nombre por encima del conjunto de las fuerzas que integran el Movimiento Nacional.
Las discusiones de fondo parecen estar subordinadas al disciplinamiento narrativo que imponen determinadas corrientes internas que fueron funcionales a la desperonización del peronismo cuando ostentaron el poder del gobierno, lo cual queda demostrado en el desinterés y el desprecio que demostró insistentemente la expresidenta a lo largo de su administración por el “partido”.
En tal sentido, la pregunta no parece ser ¿por qué ahora?, sino ¿para qué? Conducir al PJ no siempre termina por ser la redundancia de la conducción, sobre todo cuando esta es unipolar, centrada en una figura caudillesca o mesiánica. Por otro lado, no todos los cuadros de superestructura cerraron filas con Fernández de Kirchner, al mismo tiempo que existe malestar entre cuadros intermedios que ven en estas acciones el oportunismo dirigencial para manejar la estructura partidaria y condicionar el devenir del Movimiento Nacional.
La alusión y el cuestionamiento interno se evidenciaron desde el primer día, sobre todo en el PJ porteño, donde la bronca interna apuntó directamente contra la subordinación que demostró sin tapujos Mariano Recalde al emitir un documento en apoyo a la exvicepresidenta de Alberto Fernández, sin haber debatido ni propiciado un escenario de discusión interna. “El PJ porteño es una escribanía de La Cámpora”, aseguran fuentes partidarias.
“Quieren el PJ para manejar la lapicera y condicionar a Kicillof en el armado de listas del 2025”. Así ven los cuerpos orgánicos del peronismo una maniobra que, a esta altura, con los problemas que afronta el país, resulta tener pocos argumentos y escasas justificaciones para sustentarse más allá de los intereses sectoriales. Los que se plantaron fueron acusados rápidamente de traidores, lo que horada aún más las relaciones intramuros.
La interna del Partido Justicialista acarrea sobre su propia estructura la relevancia de la decadencia del debate político dentro del campo popular, al mismo tiempo que reduce todo tipo de acción a la normalización de la maquinaria electoral sin resolver problemas de fondo que no solo hacen a la cuestión de la conducción, sino principalmente a ejes programáticos.
En estos días, una gran parte de la energía política estará direccionada al estéril desgaste interno. La ausencia de conducción estratégica deriva, indefectiblemente, en la repetición de decisiones tácticas que no benefician al conjunto, sino que instalan más nombres que programas, lo cual repercute inevitablemente en el debilitamiento de la organización.
La evidencia de la desperonización que vive el propio partido, y consecuentemente la “política” radica en que no hay quien tenga en cuenta que “en la acción política la escala de valores de todo peronista es la siguiente: Primero la Patria, después el Movimiento y luego los hombres”. La guía no parecen ser los principios doctrinarios, sino las urgencias sectoriales. La vocación de poder no es mala en sí misma, pero dentro del esquema político del Justicialismo debe estar guiada por la Causa, y hoy la misma resulta estar ausente de toda acción tendiente a la endeble unificación interna.
La operación se agrava cuando la agenda nacional no es asumida más allá del diagnóstico moralizante. Impera un pragmatismo cerrado que da por sentado que el peronismo devino en lo que el progresismo, en su definición demoliberal, construyó como quimera orgánica de la representación popular, sostenida por la reivindicación del contrato social, la democracia liberal y la inclusión económica.
El desplazamiento de la doctrina por el dogma materialista implica correr del escenario el contenido epistemológico y la doxa peronista en nombre de un abordaje novedoso que nada tiene de relación con la concepción originaria del peronismo.
El Movimiento Nacional sin causa y sin contenido se convierte en una masa inorgánica que se desprende de todo rasgo popular para darle paso a la política profesional, personalista, unidimensional y estrictamente electoralista. Entonces, el pacto social no hace más que legitimar al régimen de la dependencia, al mismo tiempo que la política nac and pop evidencia el abandono de su telos.
La pregunta que sigue es: ¿está en riesgo la democracia liberal en tanto es legitimada por el contrato social, o lo que está en peligro es la organización popular en relación con la naturalización de los lazos de sujeción que expande el régimen de la dependencia y la destrucción de la solidaridad comunitaria a la que apunta?
La defensa cerrada de intereses sectarios que se pretenden universales dispensa pensar en la conformación de una recuperación y actualización doctrinaria que retome la senda necesaria de la liberación nacional. Pero al mismo tiempo borra los territorios donde identificar al verdadero enemigo, porque se direcciona la acción contra un antagonista interno en nombre de una unidad que no se quiere ni se practica.
“El Justicialismo es una nueva filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humanista”, y su sujeto histórico son los hombres y mujeres de trabajo, aunque sesudos especialistas de la decadencia y del consenso igualitario refrenden que esa “gente de trabajo” ya no existe. Lo que habla de cómo estos operadores se esfuerzan por sostener torpemente el arrendamiento de la desperonización. Basta con recurrir a Eva y aprehender su concepto de “descamisado” para comprender la noción ontológica que el peronismo le da al sujeto histórico y a su conciencia de existencia.
La interna devela las serias dificultades que las nuevas generaciones de dirigentes políticos tienen para asir y comprender al peronismo y a Perón. Se ha prescindido de estudiarlo de la misma manera que se dejó de lado la formación de cuadros para gestar un ejército de subalternos adictos al relato, distanciados de la historia y su identidad nacional.
“No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina ni a nuestra ideología, somos lo que las veinte verdades peronistas dicen”. No parece ser muy difícil de entenderlo, aunque algunos cuadros se esfuercen por desnaturalizar al peronismo en nombre de representaciones unitarias, progresistas y sectarias.
Ya no se trata de saber si tal o cual dirigente tiene los votos, sino de dar cuenta de si está decidido a pelear por la liberación nacional o solamente se apropia de estructuras partidarias para mantener la legitimidad del régimen y garantizar su mera supervivencia.
21/10/2024