Opinión

La suerte de una buena carta 

Por Gustavo Ramírez

A través de la violencia, Milei pretende canalizar la legitimación del régimen que responde a las estructuras permanentes de la semicolonia. Así como no oculta su odio visceral a la clase trabajadora, tampoco se esmera en morigerar el estadio de subordinación con la política unipolar del eje Estados Unidos, Reino Unido e Israel, capital financiero.

Lo alarmante es que, en la lucha por la supervivencia cotidiana, una gran parte de la comunidad ignora lo que esto representa para su existencia realmente. No parece haber demasiado tiempo para detenerse a pensar sobre la destrucción generalizada que el presidente expande por la llanura cremada de la incredulidad.

Milei no es dúctil ni con los saberes ni con las palabras. Su brutalidad es tan obscena como la ejecución de sus políticas. La cuestión es que no parece haber, en términos políticos, quien lo refuta. Como un exégeta del sofismo, se afirma en la calamidad sobre el sustento de la mentira, una reacción contra natura, al mismo tiempo que se naturaliza la falsedad del relato a través de una ingeniería de propaganda que se instala como verdad ante la pasividad.

El triunfo del colonialismo individual yace en la arrogancia de la falacia como sustancialidad de lo material. La deshumanización de la política se inserta sin fórceps en la coyuntura sin que esto pueda ser distinguido como violencia que irrumpe sobre la noción de la existencia misma de la población. Al mismo tiempo, la destrucción de las bases sociales se afirma en el nexo de lo material con un proyecto civilizatorio agotado y en franco retroceso.

Argentina es absorbida por el retraso y la disolución de los principios morales que sustentaban el endeble pacto social y al frágil pacto democrático. La ilusión de la libertad se desgrana en los marcos de las relaciones materiales. En ese territorio millones de personas dejan de tener conciencia de sí para convertirse en sujetos atrapados en el laberinto económico. Allí anida la peor violencia.

En tanto que el Homo sapiens se desplaza hacia las fronteras de la precarización y de la marginación, en los que se apuesta a la materialidad del conocimiento, la comunidad se desangra y el ser humano pierde su condición de tal. El régimen libertario condiciona una nueva instancia de retroceso social e impone un nuevo pero no novedoso estadio de la esclavitud y de la dependencia.

La verdad es sustituida por nociones abstractas incomprensibles que son legitimadas por las estructuras de propaganda del régimen. En diez meses, la endeble arquitectura de políticas sociales fue sustituida por una estructura represiva que solidifica la violencia como instrumento de la neutralización del disenso y de la verdad. Milei se retrotrae al paradigma materialista de civilización y barbarie para conjurar la devastación económica con la desintegración moral del ejercicio de la política.

La enfermedad de la dependencia muestra su rostro cadavérico en el recinto del Congreso, donde las y los legisladores hacen gala de su levedad y horadan el principio deontológico de su cargo. Bajo el recetario de la democracia liberal, sustentada por el falso cargo de la representatividad, legitiman políticamente las actitudes déspotas del gobierno. Al mismo tiempo, la oposición no sale del esquema frívolo de la indignación y la denuncia sin poder capitalizar el crecimiento del malestar social.

El resquebrajamiento de las condiciones laborales encontró sustento en un devenir que no fue atendido con la correspondiente atención durante los gobiernos anteriores, sobre todo porque las condiciones del trabajo se exteriorizaron a nivel global y local, con la eliminación del estado de bienestar y de un proyecto político civilizatorio que se centrara en la persona humana y no en la materialidad del consumo.

La mercantilización del trabajo devino en la mercantilización de la existencia, el lugar del principio moral fue ocupado por el valor del dinero y de su posesión. En este punto, la oposición política y el gobierno parecen coincidir al darle sostenibilidad al manejo de lo inorgánico, lo que realza el valor de lo económico antes que la preponderancia de la preservación de la existencia. La vida tiene un valor en relación a la dinámica de la ecuación funcional del costo beneficio.

Otro muerde el polvo

La paradoja se reinicia al mismo tiempo que se pretende poner en marcha el sistema operativo de la maquinaria electoral bajo el signo de una normalidad alterada. El declive de la parafernalia política se retroalimenta de los rasgos característicos del pragmatismo frío y desangelado con el que algunos cuadros de superestructura emparentan al peronismo.

El conjunto de la población, con escaso margen de maniobra, permanece al margen de la broma política que se empecina en dilucidar la ocupación de cargos más que en el armado estratégico de un programa serio y maduro que atienda de una vez por todas las demandas populares. Lo llamativo (no hay que perder la capacidad de asombro en un país donde el absurdo se convirtió en la naturaleza de lo cotidiano) es que el internismo político apela a la noción liberal capitalista de competencia para sustentar su perdurabilidad sin apelar a la crisis de representación que manifiesta el hartazgo popular.

A la persona que no puede acceder a comprar un litro de leche o un kilo de carne o al jubilado que no llega a pagar el gas o la luz poco le importa la presidencia del Partido Justicialista. Para nosotros el realismo capitalista no se manifiesta en la alteración de la circunstancia política sino en la transmutación de las condiciones materiales en decadencia social. La pérdida de la condición humana no es expresada por el juego liviano de la política. Al desocupado, al pobre, al que vive debajo del índice de indigencia, no le interesa la encuesta de opinión. No importa quién tiene peor o mejor imagen. No.

En la intersección de la Avenida Almirante Brown y Villafañe, en el barrio de la Boca, un grupo de personas en situación de calle se juntan a tomar bebidas baratas. Están allí pero nadie los ve. Son fantasmas que transitan entre nosotros olvidados por la conciencia social y los ensayos periodísticos. Esas personas alguna vez tuvieron sueños y su sed de vivir mejor no fue apagada por un trago amargo. ¿Qué les queda? ¿De verdad podemos creer que están en condiciones de escuchar clases magistrales? ¿Importa si se levanta o no el maldito cepo?

Conducir  lo inorgánico no parece ser un buen programa. No se trata ya de presentar datos estadísticos para ver qué gobierno fue mejor o peor. Eso también se rompió. Son sonidos del silencio. Vacíos narrativos que perdieron el peso de los simbólico frente a una comunidad a la que le quedó demasiado lejos el sueño de la movilidad social ascendente.

En la deshumanización el pobre es un número en una estadística a la que nadie le prestará atención más que indignación moral. La vida se acorta porque el tiempo se acelera y el sentido de la existencia se encuentra perdido en los callejones del basurero de la historia, que es donde la falta de tino político deposita los ahorros de su arrogancia.

Cuando nos asomamos a la ventana del mundo también vemos un paisaje desolado, no porque nos gane el nihilismo, sino porque el realismo nos abraza y se nos pega sobre la piel como el estigma de una profecía auto cumplida. La verdad se convierte en polvo, entra por nuestras fosas nasales y llega a nuestros pulmones. Ahí se queda y no sabemos muy bien qué hacer con ella. Lo que ocurre resulta inexorable ¿lo es?

Para muchos la pregunta ya no existe. Se complacen en el “esto es así” o en el “no queda otra”. Las peleas internas, en las estructuras partidarias clásicas, refrendan estas frases y les son funcionales. La tersa comodidad del pensamiento apesadumbrado del derrotismo demoliberal y el grito de batalla también se diluye en el polvo: Es ella o son ellos, pero no hay un nosotros. No se habla de liberación nacional, se menciona un nombre propio y no importa lo que hay detrás.

Las zonas de confort han sido arrasadas. Ese dato no parece ser percibido por una dirigencia política que se empecina en sostener franquicias de escribanías partidarias para darle razón de ser a  estructuras construidas con las piezas sueltas de una crisis que aún sigue acá. En este escenario todos hablamos del diagnóstico pero nadie de la solución.

Aun así, la proyección hacia adelante, que no necesariamente tracciona hacia el futuro, asume un rol que no es sostenido por el engranaje de la superestructura sino por el engranaje de organización que persiste en la base comunitaria. Allí lo orgánico cobra vigor y fortalece los lazos que dan sentido a la vida. Es en el pueblo donde la política y la vida prevalecen.

 

 

 

 

14/10/2024

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