Por Gustavo Ramírez
A través del Modelo Argentino Para el Proyecto Nacional, Perón estableció una distinción que la dirigencia política del “campo nacional y popular” no abordó con entusiasmo y mucho menos con decisión: “La comunidad organizada debe conformarse a través de una conducción centralizada en el nivel superior del gobierno, donde nadie discute otro derecho que el de sacrificarse por el pueblo”.
La argumentación primera del concepto vertido por el líder de clase trabajadora no se expresa en una mera instancia política. Se sostiene sobre un proyecto de vida. Por lo tanto, el peronismo es la realización de un proyecto ontológico, civilizatorio, que contrarresta la noción contractualista de la sociedad liberal a partir de una organización de la comunidad nacional para la liberación.
El sustrato enraizado en el pragmatismo económico se corre de este valor. Incluso, recostado sobre los límites mercantilistas del keynesianismo, niega la constitución de una economía social enmarcada dentro de la estructura de la democracia social. Perón fue explícito al respecto. Antes que nada, explicó que “una comunidad debe ser conscientemente organizada. Los pueblos que carecen de organización pueden ser sometidos a cualquier tiranía”.
Es el significado de este concepto el que no se ha tenido en cuenta, en los últimos años, para construir un peronismo que no quede anquilosado en las vetustas estructuras del personalismo alienante y el partidismo sectario. En ese sacrificio por el pueblo, la ejecución política “debe ser descentralizada”, y el pueblo “libremente organizado en la forma que resulte más conveniente para los fines perseguidos”.
La sistemática encerrona de diseñar diagnósticos coyunturales no permite avanzar sobre la base de una discusión madura que posibilite la recuperación doctrinaria. Es que con anterioridad, el sustento ideológico del progresismo liberal dentro del campo nacional, diluyó la concepción revolucionaria del Movimiento Nacional y obstruyó el despliegue de las fuerzas comunitarias y el debate interno de la organización.
El relato ideado por la “nueva” conducción del peronismo, centralizado en figuras mitificadas como la de Cristina Fernández de Kirchner o la de Axel Kicillof, incluso la del propio Néstor Kirchner, increpó a la noción doctrinaria como a un cuerpo dogmático que la militancia de base transformó en cánticos de tribunas. Es decir, en significantes vacíos.
Puede que el falso pragmatismo con el que se pretende ejecutar la acción política inunde las apreciaciones recurrentes de la realidad nacional e internacional con teorías economicistas proclives a ganar terreno en el ámbito del contrato social. El alumbramiento liberal consolidó la discusión secundaria, centralizada en la crítica moral progresista al sistema, pero no superó el estadio de la dependencia. Por lo tanto el reduccionismo economicista del peronismo no representa más que la justificación de la acción ejecutiva de la dirigencia política alejada de los principios doctrinarios.
La “nueva” dirigencia política dejó de lado tales principios rectores del peronismo para congraciarse con los mandamientos de la democracia liberal. Se buscó legitimar a un “nuevo” “peronismo ilustrado y republicano”, aplicado a las demandas del mercado discursivo y alejado de la realidad social. La carencia de sentido patriótico y nacional comulgó con la idea de relegar a Perón bajo la débil sombra del anacronismo.
Gran parte de la “dirigencia peronista” digitó el campo de la construcción de conocimiento, formando cuadros subordinados y precarizados políticamente. Enraizar al “peronismo peronista” con la doctrina implicaba denostar al liberalismo, a la democracia que éste concebía, ante un proceso revolucionario para el cual la dirigencia política no estaba preparada. Por eso se alentó la estructuración del pacto y del acuerdo. No hubo, ni hay, voluntad política de liberación nacional.
La claridad del “peronismo peronista” suele abrumar a aquellos arribistas que consideran al peronismo un mero escape economicista. Perón precisó: “Cuando la comunidad argentina esté completamente organizada, será posible realizar lo que sigo interpretando como misión de todos los ciudadanos: hacer triunfar la fuerza del derecho y no el derecho de la fuerza”.
El problema argentino es político. Por eso, el General aclaró que “no hay pueblo capaz de libre decisión cuando la áspera garra de la dependencia lo constriñe. De ahí que comunidad organizada significa, en última instancia, comunidad liberada”.
¿Por qué la dirigencia de superestructura negó y obstaculizó el conocimiento de la causa? ¿No fue lo suficientemente claro Perón o no hubo voluntad, supeditada, claro está, a esa instancia recurrente y amañada de la superación del estadio, para comprenderlo? El peronismo no perdió su carácter revolucionario. Quien realmente lo dejó de lado fue la dirigencia política.
Perón definió: “La configuración política de esa comunidad organizada implica la creación de un sistema de instituciones políticas y sociales que garanticen la presencia del pueblo en la elaboración de las decisiones y en el cumplimiento de las mismas”.
Al mismo tiempo, le dio envergadura al concepto de democracia social. Aseguró que “es social en la medida que, como dije una vez: la verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo. Es social porque la sociedad es su marco, su objetivo y el instrumento de su realización, y porque el pueblo, organizado en sociedad, es el actor de las decisiones y el artífice de su propio destino. Es social en cuanto procura el equilibrio del individuo con el de la comunidad”.
El político posmoderno se jacta de ser él y su circunstancia. Lo curioso no es que sea cartesiano, sino que se excluya de la vida política de la comunidad en nombre de la profesionalización de lo político. Por lo tanto, esto lo conduce a ceder identidad en la medida en que tiene que responder a intereses que no son propios de su clase social, ni su mandato obedece a la representación del pueblo.
Ahora bien, si el peronismo tiene y contiene su marco conceptual y su demostración empírica, ¿por qué la actualización doctrinaria debería darse por fuera de estos márgenes? Aquellos que postulan la necesidad de interpretar nuevas canciones, ¿dónde se sitúan para hacerlo? Además, ¿por qué habría que interpretar nuevas melodías si el corpus teórico del peronismo está intacto? En estas ideas subyace la vigencia de dos cuestiones elementales que se visibilizan permanentemente: el miedo a la revolución peronista y la incomprensión del Perón que deviene de la primera instancia.
No se trata de asumir una postura de permanente esclarecimiento. Subestimar al pueblo y a sus organizaciones es una constante de la acción política. Se trata de comprender que cuando se habla de peronismo, se habla poco de Perón porque no se lo ha entendido como se debiera. Los pactos sociales de la dirigencia política han servido para legitimar el dogma liberal y negar a Perón.
Al mismo tiempo, negar a Perón significó dejar de tener un oído en el pueblo. Una gran porción de la dirigencia política del peronismo no peronista, en todo este tiempo, no hizo más que escucharse a sí misma. Por eso se equivoca Cristina Fernández cuando afirma que el “peronismo se torció”. Quienes realmente se torcieron fueron aquellos que, en nombre del peronismo sin Perón, se alejaron de su liderazgo, entre ellos, ella misma.
En su libro Cien Mil Predicadores, Un Mandato de Perón, el Secretario de Organización del SUTECBA y referente de la organización política Somos Patria, Aníbal Torretta, precisó: “No debemos ni confundirnos ni confundir a otros, sino difundir y multiplicar la doctrina peronista y no caer en la trampa que, desde el poder político, mediático, intelectual o tecnocrático, tratan de destruirla disfrazando sus maniobras de actualización doctrinaria”.
Lo que equivale a decir que la mejor actualización doctrinaria que se puede gestar en la actualidad es recuperar la doctrina tal como Perón la presentó. Ningún peronista puede renunciar a la Doctrina porque entonces ya no sería peronista. Por otro lado, es imposible pensar al peronismo sin Perón. Ahora bien, es necesario comprender que “renunciar a la política es renunciar a la lucha, y renunciar a la lucha es renunciar a la vida porque la vida es una lucha”.
En el cierre del IV Congreso Internacional de Cardiología, en septiembre de 1952, Perón expuso: “Levantemos la bandera de nuestra doctrina en defensa del hombre… del hombre auténtico… materia y espíritu… inteligencia y corazón, individual pero social, material pero trascendente, limitado pero infinito. Así es el hombre para la Doctrina Justicialista del Peronismo, y con esa concepción enfrentamos a un mundo que se derrumba, precisamente por haber destruido al hombre, y nos propondremos levantarlo sobre sus ruinas hasta devolverle las alturas de su excelsa dignidad humana”.
6/9/2024