*Por José Luis Ponsico
El sábado 30 de abril del ’77, un grupo de Madres, 15 mujeres de no más de 45/50 años de edad, en su mayoría, con hijos jóvenes secuestrados por la dictadura del genocida Jorge Videla, ante la negativa del Proceso de Reorganización Nacional, instaurado el 24 de marzo del ’76, daban por vez primera una vuelta a la Plaza de Mayo, reclamando por sus hijos “desaparecidos”. El eufemismo del terror. La muerte ignorada.
En un primer momento pasaba casi inadvertido, un breve recorrido -sábado por la tarde, entre palomas, algunos turistas y mucha Policía- al punto de ser molestadas por los uniformados. “Circulen, señoras, no pueden estar aquí haciendo lo que hacen”, consigna que hoy, con su protocolo 47 años más tarde, promueve la increíble Patricia Bullrich, alguna vez militante en “Montoneros”. De no creer: en vereda opuesta.
La historia registra reuniones en la Iglesia Santa Cruz, calle Gral. Urquiza al 900, barrio San Cristóbal, Capital Federal. Allí, Azucena Villaflor de De Vicenti tomó el liderazgo del grupo de madres desesperadas por saber el paradero de sus hijos. Cuenta la leyenda, empezando por el libro “Las locas de la Plaza”, del periodista francés Jean Pierre Bousquet, corresponsal de la Agencia France Presse, luego amigo de ellas.
Azucena, de familia peronista, cercana a uno de los históricos dirigentes del gremio gráfico, José Villaflor, tiempos del recordado Raimundo Ongaro, las reunía en la Iglesia cuya descripción el francés Bousquet orientó a una construcción gótica de 1881, una arquitectura vista como “de maravillas” por los inmigrantes irlandeses, católicos, que asistían regularmente al templo.
Hoy, los jubilados reclaman un incremento de 15 mil pesos, que es el promedio de lo aprobado en el Congreso y que el Presidente de la Nación, Javier Milei, vetó. Al tiempo que los ancianos renovaban su compromiso de reclamo rodeando el Parlamento. Allí, por segunda vez en forma consecutiva, las “fuerzas del orden” que responden a la exguerrillera de los ’70, Patricia Bullrich, volvieron a reprimir. Un contrasentido.
La militante Villaflor encontró en otra madre llena de vitalidad: Esther Ballestrino de Careaga. A ellas se sumó María Ponce de Blanco. La idea en la Iglesia de Santa Cruz era promover una solicitada con la denuncia del drama compartido por cientos, luego miles, de madres. “Estamos cansadas de visitar despachos, cuarteles, juzgados y también iglesias”, apuntó Villaflor previo al 30 de abril del ’77.
Hoy, casi 6 millones de jubilados la pasan mal. Algunos, muy mal. Cobran apenas 300 mil pesos por mes. Los alquileres han aumentado más del 300 por ciento en los últimos ocho meses. Los alimentos otro tanto. Las prepagas son de pago imposible. El boleto de transporte, colectivos y trenes vale cinco veces más. Nadie del gobierno los atiende. La ministra Sandra Pettovello “escondió” alimentos y comedores sociales. Están en la lona.
Azucena preguntaría: “¿Qué pasa con el PJ, los sindicatos de la industria, la CGT, el kirchnerismo en estado puro, Cristina, Máximo y el no puro, Sergio Massa? ¿El joven gobernador Axel Kiciloff, una voz débil ante tanta injusticia?”. Así, Azucena, la señora de Careaga, las otras madres: María Ponce, María Adela Antokoletz, Mirtha Baravalle, Ketty Neushaus, Cándida Gard, Julia Gard, Pepa Noia, Berta Braverman.
Ellas, antes de las que enseguida formaron parte de un grupo que pasó a la historia grande: Hebe de Bonafini, Estela de Carlotto, Nora Cortiñas, “Taty” Almeida. Hasta el año 2020, todas ellas desfilaron algo más de dos mil veces en busca del paradero de sus hijos y de sus nietos. El secuestro de Villaflor y Careaga ocurrió en diciembre del ’77.
Buena parte de la Argentina ignoraba la tragedia. Entre el fútbol y la previa al Mundial ’78, los mensajes del gobierno militar -algo parecido a lo que ocurre ahora- donde, desde la infamia, se anestesiaba a la sociedad entera. Aquí, el Ejército daba cuenta en un informe confidencial de que ya habían sido ejecutados 7 mil activistas, militantes de causas políticas, el terrorismo, bajo el eufemismo de “caídos en combates”. Horror.
El periodista Jacobo Timerman, director y propietario del diario “La Opinión”, brindó la información “reservada”. La publicación le valió que fuera secuestrado y torturado por un escuadrón de la muerte a cargo del Cnel. Ramón Camps, luego gobernador de la provincia de Buenos Aires y ascendido a general.
“Circule, circule”, las consignas de los policías de la Federal en Plaza de Mayo a partir de abril del ’77, que no podían hacer lo que hacen ahora las Fuerzas del Orden de Patricia Bullrich, que dispara gas pimienta y palos a los jubilados, agrediendo a gente de 80 años de edad. Lastimados, con magulladuras. La piel quemada por el impacto.
El periodista francés Bousquet evocó en su libro “Las locas de la Plaza”, a partir de las primeras dos marchas, cómo toda la prensa extranjera cubría el acontecimiento. Empezaron las notas periodísticas, coberturas sobre la tragedia de esas mujeres con pañuelos blancos sobre sus cabezas. No eran quince. A poco de desfilar se multiplicaron y las imágenes recorrieron el mundo.
Así, en Europa se supo lo que pasaba en la Argentina. Lo mismo en EE.UU. En el ’79, una misión de la OEA (Organización de los Estados Americanos) llegó al país para recibir formalmente denuncias sobre el drama de los derechos humanos. Habían multiplicado por miles los secuestros. Los centros clandestinos. La ESMA mantenía en cautiverio a dos centenares de presos políticos. Hombres torturados, mujeres violadas.
Hoy, Azucena diría: “El gobierno de Milei gastó 2.300 millones de pesos en viajes del Presidente al exterior para hablar de una libertad que no existe. Su ministro Caputo derivó la mitad del oro de reservas del Banco Central a destinos ignorados; pasarán a la historia por hambrear al pueblo y pegarle a los jubilados”. En una mera interpretación.
Varios años después, la Comisión Provincial de la Memoria, a través del organismo bonaerense Equipo Argentino de Antropología Forense a cargo de la búsqueda e investigación, constató que los cuerpos arrojados al mar de las tres mujeres que fueron líderes, Villaflor, Careaga y Ponce, estuvieron enterrados como “NN” en el cementerio de Gral. Lavalle.
El oficial de la Armada, Alfredo Astiz, ahora otra vez en tapa por la visita de seis diputados de Javier Milei a la cárcel de Ezeiza, hace 47 años se infiltró en el grupo de Madres que concurría a misa en la Iglesia de San Cristóbal. Usó nombre falso, “Gustavo Niño”. En diciembre del ’77 estuvo a cargo de los secuestros: las citadas y las monjas francesas que acompañaban a Villaflor, Alice Domon y Léonie Duquet.
La familia de Villaflor, abuelo anarquista, tenía al hijo de Azucena como miembro destacado de la Juventud Peronista en Avellaneda, algo parecido al hermano de Claudio Morresi en Parque Patricios en el mismo tiempo. Muchachos jóvenes secuestrados y asesinados. En aquel momento, Azucena comentó al resto de las Madres: “Hagamos algo, callar es de cobardes”.
6/9/2024