Pensamiento Nacional

La guerra del presente futuro

Por Gustavo Ramírez

De manera sistémica, la politología y la sociología liberal se han encargado de presentar a Milei como el paradigma de la herejía, cuando en realidad es el representante de un viejo apotegma reaccionario: trabaja más para ganar menos. En términos reales, bajo el estatuto del coloniaje, ningún trabajador puede afirmar que será libre.

¿Cuál será el grado cero de abismo? Siempre se puede caer más abajo. Milei no es una anomalía meramente argentina. Su irrupción responde a las semblanzas que imperan como universal categórico en el actual esquema civilizatorio globalista. Su ambición ideológica está determinada por un sistema que penetró durante años las estructuras de la conformación social centrada en los principios rectores de la democracia liberal.

Esta democracia sirvió como salvo-conducto para la implementación del estatuto del coloniaje. Los bancos, las empresas multinacionales, el capital entreguista local y las bolsas “levantan nuestra riqueza” y despojan al pueblo trabajador de toda integridad social. Milei libra, más que una batalla cultural, una guerra contra las y los trabajadores en nombre de un universo ahogado con la sangre de los cadáveres que sembró por el mundo civilizado.

Su legitimación llegó de la mano del progresismo liberal que se aferró al lingote del credo globalista. Como advertimos con anterioridad, estas fuerzas respondieron al mismo esquema de depredación social que solo puede efectivizarse con la destrucción del peronismo, pero antes que nada contra Perón.

Se dejó al país en manos de la oligarquía financiera internacional el manejo de la política y la dirección económica. Ahora, sobre tierra arrasada, el enemigo avanza y viene por todos. Para que el modelo funcione, lo primero que se debe desmantelar es la organización política de base: a Milei no le molesta lo que no existe, como la casta.

La referencia coyuntural no siempre permite observar con detenimiento el síntoma. El desmantelamiento político de la sustentabilidad social, ciertamente en decadencia, tiene consecuencias que comienzan a evidenciarse de abajo hacia arriba. La descomposición a la que apunta Milei nada tiene que ver con su fantasía histórica. Está condicionada por el dogma de la subordinación.

Los estados de ánimo están alterados. El clima de tensión se comienza a percibir, pero no son pocos los que quieren esconder la alarma. El sistema tiende a auto-preservarse, no como condición natural, instintiva, sino por una cuestión de intereses. El negocio es grande. Por eso las maniobras distractivas. La torta está sabrosa y el reparto es para pocas bocas. Se nota demasiado. Pero persiste la inmovilidad zombi. El aletargamiento se debe un poco a la comodidad y otro poco a la complacencia.

Hablamos de síntoma. El proceso de naturalización de la violencia social se inició con la profundización de la violencia económica. Trabajadores pobres, ricos mucho más ricos. Lo que se fue es el trabajo y lo que quedó es una tierra arrasada con habitantes que no tienen demasiado más que perder. El sustento del asistencialismo progresista contribuyó a deteriorar lo que se hizo añicos con los golpes del ’55 y del ’76: la importancia de la vida, de la existencia. El proyecto civilizatorio occidental deshumanizó al individuo para convertirlo en un apéndice del capital.

El león en el cadalso 

La guerra cognitiva produce zombis: sujetos atados a la insensibilidad social. No es casual que en Mar del Plata, dos jóvenes pelean por sobras de comida, intervenga un policía y le dispare a uno de ellos en la cabeza. En la sociedad del tener, todo el mundo se torna paranoico.

El régimen a nivel global maneja el algoritmo, así la libertad queda abrazada a las referencias impuestas por los poderes centralizados en la explotación económica y la subordinación política. Mientras tanto, la sociología de mercado, preñada de conceptualizaciones extranjerizantes, resuelve la falsa ecuación al entreverar viejas categorías analíticas con nuevos términos cognitivos desprendidos de la rancia racionalidad digital. El universo de la Inteligencia Artificial vs. los zombis progre-liberales. ¿Quién se muerde la cola primero?

Lacayo del capital financiero internacional, Milei tiene la misión mística de destruir a Perón. Ese es el objetivo central del régimen, ya que el peso ontológico de la Doctrina peronista denota una contraposición efectivamente revolucionaria al liberalismo en todas sus variantes, sean estas neoliberales o progresistas liberales.

Para ir contra Perón, Milei necesita avanzar sobre las organizaciones sindicales. ¿Por qué? Simple: es en la estructura sindical donde la vigencia del ex-presidente se mantiene. El peronismo representa un proyecto de vida que se contrapone a la noción unipolar que sostiene a sangre y fuego el liberalismo internacional.

Es a través de la decadencia política que se afirma el fundamento del mandato reaccionario en nombre de la práctica de una falsa democracia, donde la Justicia Social es presentada como sostén de la iniquidad social. Esta transvaloración de sentido social choca de frente contra el bloque sindical que, precisamente, sostiene los principios fundantes de la Comunidad Organizada en relación a los valores éticos, solidarios y políticos que reafirma en función de la realización social por medio del trabajo.

La “reforma laboral” que presenta el gobierno anti-nacional en nombre de la libertad de trabajo coacciona la acción del Movimiento Obrero al mismo tiempo que elimina el principio rector del Artículo 14 Bis de la Constitución Nacional. No hay libertad posible si el empleo es reducido a la condición de servidumbre. La noción fundante de la norma contenida en ese adefesio jurídico que es la Ley Bases se encuentra en los principios disciplinadores que el liberalismo impone para proteger al capital.

En estas condiciones, es necesario aclarar que bajo el mandato de los gobiernos “populares” no se intentó avanzar sobre la reafirmación del trabajo como centro de la escena política. Se resignó al olvido la Constitución del ’49 al mismo tiempo que se consagró el esquema democrático al sometimiento del Contrato Social, lo que desnaturalizó todo acto de soberanía política e independencia económica. Este pacto tácito con el régimen terminó por ser letal para los intereses de la clase trabajadora.

Al destruir las condiciones económica, el Ejecutivo mantiene la vigencia de las condiciones de subordinación política. Modificar las normativas para condensar una estructura de explotación sobre el salario y la fuerza de trabajo impone un orden de subordinación que opera como un reaseguro para la transferencia vertical (de abajo hacia arriba) de riquezas. Pero al mismo tiempo crea la necesidad predatoria del “sálvese quien pueda” y fragmenta la fuerza organizativa de la clase trabajadora.

En cualquier lengua

El desequilibrio entre capital y trabajo, a favor del primero, reduce las posibilidades de movilidad social ascendente y motiva la disolución de los lazos socio-culturales que sostienen la solidaridad de clase y su conciencia nacional. Si el individuo triunfa sobre la comunidad, la libertad queda restringida a las condiciones económicas de supervivencia meritocrática.

La destrucción de la economía interna posibilita la injerencia, no solo del capital explotador extranjero, sino también su dominio político. El alineamiento del gobierno con Estados Unidos encuentra su razón de ser en preceptos ideológicos enquistados en los condicionamientos que impone la colonia. No es casual, como tampoco lo es el modelo económico.

Perón fue un preciso lector de su tiempo y de la era presente, no porque fuera un oráculo, sino porque, como hombre del pueblo, estaba obligado a tener una lectura más amplia que superara el microclima y las condiciones. Su práctica política no respondía a la subordinación política y moral del eje sajón. Es decir, Perón era y es un referente de la política de liberación nacional.

Fue claro y preciso: el plan de “penetración imperialista en Iberoamérica” estaba preciso entonces y lo está ahora: “Frente a la experiencia vivida, sería ingenuo pensar que los Estados Unidos vayan a poner en peligro su economía y su moneda para ayudar al ‘Mundo Libre’ y dispersar un millón y medio de hombres de sus tropas para ‘asegurar la democracia y la libertad’. Si eso es así, debemos pensar que lo disimulan muy bien”.

Si los “johnny” se movilizan a nivel mundial es para poner la guerra al servicio de sus intereses y para que su injerencia refuerce el sentido de su dominación. No es casual que, mientras bajo el manto del discurso de colaboración bilateral, la Jefa del Comando Sur, Laura J. Richardson, asuma que su país debe ser gendarme de los recursos naturales en distintos países de la región. En las últimas semanas, el régimen de Milei entregó fabricaciones militares a Estados Unidos para solventar la industria de guerra del país del norte.

Presente y futuro

El mandatario argentino parece empecinado en jugar un juego peligroso. Avanza, tensa la cuerda. El país se sume en la pobreza. La desocupación y la inflación, en solo ocho meses de gobierno, quebraron la estructura social en mil pedazos. La nación parece estar a punto de desintegrarse. Frente a todo esto, la anomía política parece mucho más venenosa. La inacción puede resultar conveniente para quienes pretenden asegurar sus votos en 2025, pero también los convierte en cómplices.

“Estados Unidos sigue en nuestro continente un plan perfectamente establecido desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de someter, de una u otra manera, a todos los países iberoamericanos, en forma de poder contar con ellos de modo incondicional, por la captación si es posible y si no, por su copamiento liso y llano”. Si Perón lo precisó, ¿por qué esto permanece en la negación, sobre todo de aquellos que dicen defender los intereses nacionales y populares?

La respuesta es fácil. Si repasamos la historia reciente, vemos que las fotos imperativas adolecen de gente de pueblo. No, no se trata de una semiología de la demagogia. Se trata de cómo la dirigencia política percibe a su pueblo. Ahí está la diferencia esencial. ¿Por qué el Movimiento Obrero, la clase trabajadora, se torna en un enemigo a vencer para Milei? Por su fe. Esa fe es revolucionaria.

Perón creyó en el pueblo trabajador y ese pueblo aún cree en él. El intento de quebrar la fe popular estriba en la necesidad de separar al pueblo del conductor para que ninguno confluya en la razón de la causa: la liberación nacional. Un pueblo con fe no se rinde. Perón era un hombre de fe, mientras que una gran mayoría de dirigentes del “campo” popular no cree en su gente. Ellos creen en los estigmas de la academia, en el Mayo francés, en la revolución sexual de los años 60 en Estados Unidos.

La guerra está declarada. ¿Quiénes van a combatir? Los mismos que lo hicieron siempre: los fanáticos del pueblo y de la Patria, los trabajadores y Perón.

 

 

 

 

20/8/2024

 

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