Por Gustavo Ramírez
Los mensajes se repitieron en cascada durante la noche del último miércoles: “Están llegando correos electrónicos a personas del Interior de Desarrollo Social también, esto es una masacre”. No hay eufemismo en la oración. Solo desesperación. “Los trabajadores de la cultura estamos todos pendientes de los correos electrónicos”. El miedo corroe el corazón de la misma manera que el fantasma del desempleo recorre el sueño de un modelo político cimentado en la violencia contra los más débiles.
La Semana Santa parece entrar en un bucle temporal. Una vez más Cristo crucificado en el madero. ¿Qué hemos hecho? No es una pregunta retórica. Suena y resuena entre sollozos y nudos en la garganta. Para adelante no hay nada, dicen algunos que guardan su cabeza entre sus manos como pidiendo un poco de redención o de piedad ante tanta injusticia injustificada.
Destruir al Estado es destruir los lazos de conectividad comunitaria que permiten la articulación de la política con el territorio. No solo por el mero Estado presente, que en sí mismo no es más que una frase suelta, vacía, sino porque el Estado es proveedor de servicios básicos, elementales, allí donde el capital se niega a participar porque no hay rentabilidad.
Milei pretende quedarse con un mínimo de fuerzas estatales para ejecutar el monopolio de la fuerza. Pero mirar a este gobierno desde el prisma weberiano no alcanza. Apenas si revela un dejo de distinción frente a un panorama más complejo. La coacción se produce sobre el dominio de la subjetividad, donde el individuo se somete a la dominación de manera pasiva, incluso, creyendo que es culpable de gran parte de la situación.
El presidente decidió poner frente al pelotón de despidos a cientos de trabajadores. Como si ello no fuera suficiente, también arremetió contra los jubilados. La cuestión es romper todo. Empobrecer a todos en nombre del dogma del mercado y de la falsa espiritualidad del capital. ¿Con qué fin? Las respuestas son variadas, pero la más tangible está intrínsecamente relacionada con el establecimiento del Régimen Oligárquico. La “tercera década infame”, en palabras del historiador Francisco Pestanha. La disolución nacional como negocio para los rancios cuervos que anidan en cuevas extranjeras.
La quimera del déficit cero. No llores por mí Argentina. Según el Centro de Economía Política Argentina, durante el primer mes de gobierno libertario “el empleo registrado en el sector privado cayó en 9.395 puestos de trabajo”. Apunten, fuego. Se siente el hedor de la sociedad liberal descomponiéndose minuto a minuto. Hay más, un poco más: Los salarios del ámbito laboral privado, de acuerdo con la misma fuente, registraron una pérdida del 12%, durante los dos primeros meses de la gestión Milei.
En términos interanuales la economía se contrajo en enero un 4,3%, conforme a los datos dados a conocer esta semana por el Estimador Mensual de Actividad Económica. En este contexto, “el principal componente del ajuste son las jubilaciones, que explicaron 35 de cada 100 pesos de ajuste”, indicó el CEPA. Verla o no verla, esa es la cuestión. A eso reduce su gobierno Milei. De la misma manera que su gestión no pasa más allá de la administración de publicaciones en redes sociales. Bueno, hay un poco más, es cierto. La destrucción del empleo público, la desintegración de la matriz productiva. La imposición del capital por encima del trabajo. No hace falta abundar en el diagnóstico. Todos lo padecemos.
Por estos días, un mecánico de Crucecita, Avellaneda nos contaba que tiene clientes que le han dejado el auto en el taller porque no tienen para cargarle nafta. Incluso, le han ofrecido pagarle con mercadería, alimentos, dado que no cuentan con el dinero para pagar los arreglos. Él no sabe bien qué hacer.
Fiado empieza a ser la palabra que sostiene la supervivencia en barrios que hasta no hace mucho eran catalogados como de clase media. Milei no rompió nada más que el circuito de producción, comercialización y consumo, sino destruyó la calidad de vida de la clase trabajadora.
Crece desde el pie
28/3/2024