*Por Guadi Calvo
Los ataques del pasado viernes al Centro Comercial del ayuntamiento de Crocus, en Krasnogorsk, al noroeste de Moscú, que además cuenta con dos gigantescas salas para diversos tipos de espectáculos, dejaron al menos noventa y tres muertos y 187 heridos (números absolutamente provisionales). El hecho ha encerrado a la inteligencia rusa, el Servicio Federal de Seguridad (FSB), en un laberinto, junto a varias conjeturas acerca de los responsables, todas las cuales tienen mucha verosimilitud. Por lo tanto, no sería para nada extraño que al final del hilo de Ariadna descubramos que están conectadas.
Lo que se conoce hasta ahora es que el pequeño grupo de terroristas, con uniformes de combate (cinco y con barbas, según un testigo), armados además con los clásicos fusiles de asalto Kaláshnikov o AK-44, y con un lanzallamas (una innovación en este tipo de ataques), ingresaron a la sala momentos antes del inicio del espectáculo. El público ya había ocupado prácticamente la totalidad de las localidades, que superan las seis mil. Abrieron fuego y detonaron explosivos, posiblemente cócteles molotov, con lo que iniciaron el fuego que terminó por tomar el edificio y hacer caer su techo.
Es un remedo de lo sucedido en el Bataclan, la sala parisina que fue uno de los blancos de los ataques terroristas a la capital francesa en noviembre de 2015, dejando unos ciento cuarenta muertos en total, noventa en el teatro, tras abrir fuego indiscriminado contra el público.
Poco concreto se conoce hasta ahora, aparte de que aparentemente se han detenido varios sospechosos; el primero, en cercanías del complejo. No se sabe si entre el resto de los apresados se encuentran los cuatro hombres, aparentemente perpetradores, que huyeron del lugar en un “auto blanco”. De inmediato, unidades de las Spetsnaz (Unidad de Designaciones Especiales), grupos de élite de las fuerzas especiales, junto a bomberos y la policía, acordonaron el lugar para atender a los heridos y buscar más elementos terroristas y minas plantadas.
Las usinas noticiosas, como es usual en estos casos, comenzaron a tejer conjeturas acerca de quiénes habrían sido los responsables, no solo materiales, sino también y fundamentalmente intelectuales. Por lo tanto, curándose en salud, de inmediato un comunicado de la cancillería ucraniana avisó que ellos no tenían nada que ver en el asunto.
También lo hizo el grupo Cuerpo de Voluntarios Rusos, una unidad de mercenarios paramilitares pagados por Kiev, que lucha contra su propia patria. Más despreciables no se consiguen. En el plan de lavarse las manos también lo hizo la Casa Blanca, y después una pequeña catarata de “yo no fui”, tan sentidos como falsos, por parte de países de la OTAN que desde hace dos años están sosteniendo con todo empeño la guerra contra Rusia.
Una larga historia…
Rusia tiene una larga historia de acciones terroristas en su territorio, inicialmente durante la Segunda Guerra Chechena (1999-2009), cuando se produjo una oleada de ataques explosivos en diferentes edificios en Moscú, Buinaksk y Volgodonsk, matando a trescientas personas en septiembre de 1999, poco después de que Vladímir Putin asumiera el cargo de Primer Ministro.
Esta acción fue continuada en octubre de 2002, cuando unos cincuenta combatientes chechenos asaltaron el teatro Dubrovka de Moscú, tomando cerca de novecientos rehenes. La retoma del edificio y los combates que se libraron significaron la muerte de ciento setenta personas.
Dos años después, un grupo de treinta combatientes chechenos asaltó una escuela en la ciudad de Beslán (Osetia del Norte), tomando como rehenes a unas mil doscientas personas, en su gran mayoría alumnos. En el operativo murieron 334 personas, 186 de ellos niños.
Este tipo de ataques continuaron prácticamente hasta 2017, contra trenes, subtes, mercados y aeropuertos, pero nunca produjeron tantas víctimas como los tres primeros. Aunque ciudadanos rusos han sido víctimas de atentados de grupos terroristas fuera de su país. Como el que se produjo contra el vuelo 9268 de Metrojet el último día de 2015, sobre el desierto del Sinaí (Egipto), en el que murieron todos los pasajeros (217, casi en su totalidad rusos) que regresaban de sus vacaciones en un balneario del mar Rojo, además de los siete tripulantes. El ataque fue reivindicado por la Wilayat Sinaí, adherente al Daesh.
Respecto al frustrado ataque a la sinagoga de Kaluga el pasado siete, por parte de las fuerzas de seguridad rusas, lo confirma un comunicado del día nueve del Comité de Seguridad Nacional de Kazajstán (KNB), en el que reconoce que dos ciudadanos de su país habían sido asesinados tras el allanamiento de efectivos rusos el día ocho en una vivienda en el pueblo de Koryakovo, en la región de Kaluga.
Los dos terroristas ejecutados habían ingresado a Rusia a finales de febrero. Los ciudadanos kazajos, al igual que el resto de los países de Asia Central, a excepción de Turkmenistán, no necesitan visa antes de los noventa días.
Está claramente confirmado, incluso por el propio expresidente Donald Trump, que los Estados Unidos han utilizado en reiteradas oportunidades muyahidines tanto del Daesh como de Al-Qaeda en diversas y numerosas ocasiones.
Tras las operaciones rusas contra el terrorismo en Siria, que han devastado a esa fuerza formada por Washington y financiada por Qatar y el Reino Saudita, la inteligencia iraní denunció en 2015 que muchos de los muyahidines, provenientes fundamentalmente de Asia Central (Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán), acorralados por los bombardeos rusos en Siria, fueron trasladados al norte de Afganistán por helicópteros norteamericanos, lo que terminó conformando la hoy tan mediática Wilayat Khorasan para combatir al Talibán. El fracaso en Siria es lo que ha motivado al Daesh a intentar vengarse del presidente Vladímir Putin. Incluso varios contingentes viajaron a Ucrania para combatir a favor de Kiev.
De todos modos, y más allá del apuro de la prensa internacional por dar por buena la idea de que el ataque en Crocus ha sido obra de hombres del Daesh, nada se puede dar por seguro. Llama la atención que en este ataque, de haber sido realizado efectivamente por integristas musulmanes, se hayan planeado vías de escape.
En este tipo de operaciones, los atacantes, como ha sucedido en multitud de oportunidades, suelen ir pertrechados con chalecos explosivos hasta el final, para convertirse en shahid (mártires) y alcanzar con seguridad el paraíso prometido, y no quedar atrapados en el laberinto de Crocus junto a sus mandantes.