*Por Agustín Podestá y Aníbal Torres
Como dijo el Papa Francisco en la homilía de canonización de María Antonia de San José, más conocida como “Mama Antula”, la primera santa argentina, ella “fue una viandante del Espíritu. Recorrió miles de kilómetros a pie, atravesó desiertos y caminos peligrosos para llevar a Dios. Ahora ella es para nosotros un modelo de fervor y audacia apostólica. Cuando los jesuitas fueron expulsados, el Espíritu encendió en ella una llama misionera que tenía como cimiento la confianza en la Providencia y la perseverancia”.
La triste y arbitraria expulsión, o el “extrañamiento de los jesuitas, como se decía entonces, y no meramente una expulsión, ya que partían como delincuentes…” (aclaraba Ignacio Pérez del Viso, sj), hecho motivado por las presiones de los monarcas borbónicos, ocurrió en 1767 (antes de la supresión general de la Compañía de Jesús, por el Papa Clemente XIV). En ese entonces Mama Antula tenía 37 años y vivía como “beata” (hoy diríamos “laica consagrada”) en su natal “patria chica”: Santiago del Estero. Allí sintió, de una manera difícilmente explicable para ella misma, que Dios le pedía consagrar su vida a enseñar los “Ejercicios Espirituales” (EE) de San Ignacio de Loyola, aquel “cristiano popular” (según formulación de Jerónimo Nadal, sj) que llegaría a fundar la Compañía de Jesús.
En pinturas y estampas se muestra a la santa con un librito en la mano (¡los EE!) y se habla de los numerosos “ejercitantes” que acogió en su vida, sobre todo en la Santa Casa que inauguró –a fuerza de sacrificios y de superar hostilidades- en el Buenos Aires colonial, en 1795, lugar desde donde su misión continuaría luego de su fallecimiento, en 1799, gracias a la perseverancia de sus hijas espirituales.
Pero, ¿qué son los “Ejercicios Espirituales”? Ante todo, se trata de un curioso librito-códice que San Ignacio comenzó a escribir hacia 1522, cuando estuvo en Manresa (España). Ese fue el lugar de su segunda conversión, pues la primera había sido un año antes, en la Casa-Torre donde el benjamín de los Loyola empezaría su itinerario espiritual, luego de una vida dada a “vanidades”, como relataría mucho tiempo después en su Autografía. Cabe destacar que aquel peculiar librito de Ignacio fue escrutado más de una vez por la Inquisición, y que el santo revisaría su redacción casi obsesivamente, hasta poco antes de su muerte.
Sin el afán de agotar todos los aspectos que se pueden mencionar, nos interesa destacar aquí cinco rasgos. En primer lugar, el objetivo: Si bien con su opúsculo Ignacio ayuda a otros a “buscar y hallar la voluntad de Dios” (EE 1), discerniendo lo que Él pide a cada persona, lo cierto es que ya los dos términos que componen el título de su librito merecen aclaración. Así, “Ejercicios”, remite al esfuerzo, a la ascesis y al orden. Mientras que “Espirituales”, apela al don, a la mística, a la donación.
En segundo lugar, la estructura: el libro de Ignacio está estructurado en cuatro semanas (precedidas por el “Principio y Fundamento”), algo posiblemente tomado del Ejercitatorio de la Vida Espiritual, del Abad García Jiménez de Cisneros, de Monserrat. También en cuatro semanas se articula la Liturgia de las Horas. Como dirá el entonces Cardenal Jorge Mario Bergoglio, sj, a los obispos españoles, en una tanda de EE dada en 2006: hay un “antiguo adagio acerca de la dinámica de los ejercicios: ‘Deformata reformare’, reformar lo que ha sido deformado por el pecado; ‘reformata conformare’, lo reformado configurarlo con la vida del Señor; ‘conformata confirmare’, lo configurado fortalecerlo frente a la Pasión y la Cruz del Señor; ‘confirmata transformare’, lo confirmado transfigurarlo a la luz de la resurrección”. Cabe señalar que las famosas tandas de EE que organizaba Mama Antula con la ayuda de sus “beatas”, duraban alrededor de 9 días (no el mes completo), y al no haber sacerdotes jesuitas, ella elegía como “Directores de sus Ejercicios” a “sacerdotes diocesanos, mercedarios, franciscanos, dominicos” (según Pérez del Viso, sj), con quienes tenía buena relación.
En tercer lugar, la pedagogía: los Ejercicios…, contienen un “modo y orden para meditar o contemplar” (EE 2) que lleva al ejercitante, bajo la insustituible guía de un acompañante, de la vía purgativa, a la iluminativa para culminar en la unitiva, según las etapas de la tradición mística. Así, como refiere Javier Melloni, sj, la estructura de los EE coincide con la plegaria eucarística: “por Cristo (primera semana; vía purgativa), con Él (segunda, tercera y cuarta semana; vía iluminativa) y en Él (la ‘contemplación para alcanzar amor’; vía unitiva)”. La pedagogía ignaciana avanza desde la convicción de que “no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente” (EE 2), hasta el “conocimiento interno” (EE 63 –de los pecados-, 104 –del Señor- y 233 –de los beneficios recibidos-).
En cuarto lugar, la mistagogía: Ignacio tenía una perspectiva teológica marcadamente cristocéntrica, plasmada en la contemplación de “los misterios de la vida de Cristo Nuestro Señor” (EE 261), pasando en definitiva del No-Ser al Ser, del anti-Reino al Reino, del hombre viejo al hombre nuevo. Con los recursos de su tiempo y siguiendo (por ejemplo) la tradición franciscana, Ignacio propondrá la “aplicación de los cinco sentidos” (EE 121) y el “reflectir” (reflejar) (EE 106 etc.) sobre lo contemplado, puesto que, como dice el dicho, “de tanto mirar el mar nos cambia el color de los ojos”.
En quinto lugar, la transformación: para quien atraviesa la experiencia de los Ejercicios… éstos se condensan en la célebre y ya referida “contemplación para alcanzar amor” (EE 230), considerado el Pentecostés ignaciano, que devuelve al ejercitante a lo cotidiano, en una vía (y vida) unitiva, una mística de los ojos abiertos, que lleva a ser contemplativos en la acción. Ya no se contempla a Cristo sino desde Cristo. Así, al final de los EE, los ejercitantes vuelven a la vida de todos los días pero “cristificados”, criaturas nuevas para “en todo amar y servir” (EE 233).
Como Ignacio, pero con la sensibilidad psico-espiritual (bebiendo en las fuentes de la tradición viva y vivificante de la Iglesia) según sus correspondientes formas culturales de expresión y discerniendo los signos de los tiempos, Mama Antula también fue una peregrina y una mistagoga, y su vida ejemplar nos interpela en esta época donde el retiro silencioso para discernir lo que Dios quiere para nuestras vidas y para nuestros pueblos, parece contracultural.
Si a Ignacio se lo ha considerado el cuarto “maestro de la sospecha” (junto a Freud, Nietzsche y Marx), a Mama Antula un amigo suyo, el laico Ambrosio Funes, la llamaba “el [Francisco] Javier del Occidente y el Apóstol de nuestra India”. Más aún, en vida era conocida en Europa por “la mujer fuerte” que portaba un “estandarte”: el de Loyola, que no era otro que el de Cristo pobre, humilde y humillado. Como Ignacio (y como en la actualidad el Papa Francisco), Antula no privó a los ejercitantes (mujeres y hombres) de su inserción en la religiosidad popular, puesto que asumía que no se trataba de una espiritualidad de elites (como lamentablemente muchas veces se ha malinterpretado a la espiritualidad ignaciana).
En términos de Jorge Seibold, sj, recogidos en el Documento de Aparecida y en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, la religiosidad popular puede alcanzar una auténtica “mística popular”, la vida de fe inserta en la dinámica de un pueblo y su cultura, generando lazos de fraternidad y amistad social. Prueba de eso es que la “Santa Casa de Ejercicios” de Antula admitía a personas de diferente condición socioeconómica, desde esclavos hasta encumbradas figuras públicas (algunas de las cuales llegarían a destacarse en la Revolución de Mayo de 1810, con la instalación del primer gobierno patrio).
Con su estilo misionero y apuntando siempre a más (el magis jesuita), Mama Antula mantuvo vivo, en pleno siglo XVIII, el carisma ignaciano. Una vida ofrendada para mayor gloria de Dios, plasmada en la dignificación humana. No en vano, Francisco, el Papa jesuita, cierta vez dijo que esta valiente mujer laica, “vale oro”.
* Podestá: Magister en teología.
* Torres: Politólogo. Integrante del Grupo de Trabajo Transiciones Justas y Cuidado de la Casas Común del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
16/2/2024