*Por Aníbal Torres
Al cumplirse 11 años de la histórica y revolucionaria renuncia de Benedicto XVI, no son pocos quienes, fuera y dentro de la Iglesia Católica, se toman la cabeza pensando con desagrado o desilusión en lo que vino luego: el pontificado de Francisco, legítimo sucesor de San Pedro, a quien Jesús hizo “pescador de hombres”. Seguramente cada persona encuentra ligada al nombre del actual Papa una constelación de términos.
En mi humilde opinión, considero que esta “primavera” eclesial, comenzada el 13 de marzo de 2013, descansa sobre cuatro pilares: la misericordia (lema del Papa hecho praxis compasiva), el pueblo (desde las raíces teológicas del Pontífice argentino), el discernimiento personal y comunitario (dada su pertenencia al carisma jesuita) y la sinodalidad (desde la cabal puesta en práctica de la eclesiología del Concilio Vaticano II). Aquel pontificado marcadamente reformista que había imaginado-profetizado el escritor y ex sacerdote jesuita Leonardo Castellani en su novela de 1964, se ha vuelto una realidad efectiva.
Como dice acertadamente Emilce Cuda, el Magisterio de Francisco es “una obra maestra” en sí misma, por su coherencia interna, su sistematicidad y, sobre todo, su atenta lectura de los signos de este tiempo, es decir, su profetismo y su audacia. Sus documentos no se pueden leer de manera desgajada, sino en una hermenéutica de la armonía, “porque el todo es superior a la parte”. Como señala también la reconocida teóloga, la contribución del Papa a la Doctrina Social de la Iglesia puede resumirse en la preposición “con”. Así, Francisco opta “por” pero sobre todo “con” los pobres, vistos muchas veces (y lamentablemente) como los leprosos de nuestro tiempo.
Allí encontramos, por ejemplo, a los migrantes y refugiados, los descartados (víctimas de la “cultura del volquete”), las mujeres violentadas, los niños abortados y los niños maltratados, los jóvenes sin horizonte y los ancianos abandonados, los trabajadores sin derechos, los criminalizados, y los colectivos de la diversidad sexual.
En pocas palabras, agrego, el Papa ha hecho una clara opción por el Reino, el proyecto horizontal (de fraternidad) y vertical (de filiación) encarnado en Jesús de Nazaret; el Reino ya presente pero todavía no consumado (decía el teólogo protestante Oscar Cullmann), la “imagen [bíblica] del encuentro entre la esperanza y la gracia (…) la Nueva Creación” (dice el sacerdote y escritor Hugo Mujica).
En ese sentido, como hemos dicho con el historiador Diego Mauro en nuestro libro Construir el Reino. Política historia y teología en el Papado de Francisco (Prohistoria, 2023), el Pontífice es un verdadero “estratega” del Reino de Dios, que es tanto un don como una tarea, para “¡todos, todos, todos!” (excepto para aquellos que, como el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, no se quieren unir a la fiesta, debido a un corazón endurecido). De ahí que la estrategia delineada sea la construcción de puentes desde el diálogo ecuménico (como se plasma en Laudato Si’), el diálogo interreligioso (expresado en Fratelli Tutti) y un amplio diálogo socio-ambiental (impulsado especialmente en Querida Amazonia y Laudate Deum).
Así, las virtudes teologales son traducidas en términos seculares comprensibles para todos: el amor como compromiso por la justicia social, la fe como confianza en los demás y la esperanza como dinamizadora de la vida civil hacia un futuro mejor, hacia una transición ecológica donde nadie se quede afuera.
Debe quedar claro: ¡no es un invento de este Papa! Por lo demás, recuerda la relevancia de implementar una “economía social de mercado”, como decía San Juan Pablo II, según refirió Francisco en el encuentro con más de 200 Rectores de universidades públicas y privadas de América Latina y el Caribe en septiembre pasado (evento sinodal liderado por Cuda, Secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina). Así, el Magisterio Social de Francisco está en continuidad dinámica con las enseñanzas de sus predecesores, si bien desde su impronta hoy podemos hablar de un verdadero Discernimiento Social de la Iglesia que no pierde el horizonte re-evangelizador, como servicio a la familia humana, cuya carne sufriente hay que tocar (Praedicate Evangelium).
De manera entonces que es el anuncio profético del Reino lo que en realidad algunos poderosos de dentro y fuera de la Iglesia impugnan, con repliques tendenciosos o acríticos en las redes sociales. Les molesta la recepción del Reino en la “obra maestra” y su autor, Francisco, quien se deja mover por el buen espíritu, es decir, el Espíritu Santo; les cae mal su dulce sabor a Evangelio y la inversión de valores que conlleva, como bien lo expresara María en el Magnificat: la historia desde los de abajo, abiertos al don de lo alto.
El Santo Padre, verdadero apóstol de la paz en una Iglesia y en un mundo heridos por las divisiones y los enfrentamientos, predica que “la unidad es superior al conflicto” y da testimonio poniendo el cuerpo. Eso no quita que, por fidelidad al Evangelio, haya insistido en sacudir el fariseímo, la hipocresía y la mundanidad en la comunidad eclesial. Así, los enemigos del Papa y de su “obra maestra” no aparecieron con la Declaración Fudicia supplicans, sino que ya estaban desde antes.
Doy aquí cuatro ejemplos de dichos de Francisco que pueden leerse como dirigidos a los indietristas: habló de la “acedia egosísta”, que termina en “la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo”, criticando a los “pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (Evangelli Gaudium 81-85). Amonestó a quienes prefieren “…sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas” (Amoris Laetitia 305). Arremetió contra los resabios actuales de gnosticismo y pelagianismo “dos formas [heréticas] de seguridad doctrinal o disciplinaria que dan lugar ‘a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente’ ” (Gaudete et Exsultate 35). Apoyado en el ejemplo de su santa predilecta, Teresita del Niño Jesús (con su “primacía de la acción de Dios, de su gracia”), criticó “a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano…” (C’est la confiance 17).
Asimismo, el Papa rehúsa las lecturas mundanas que confunden a la Iglesia, Esposa de Cristo, con un Parlamento propio de las democracias representativas, con mayorías y minorías circunstanciales. Como dijo desde su cuenta en la ex Twitter, @Pontifex: “Miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu Santo, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios” (31/05/2020).
Para Francisco, entonces, el criterio nítido de discernimiento eclesial (con su correlato en el ámbito civil) es: “Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar […] El camino de la Iglesia, desde el Concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración…” (AL 296). Efectivamente, en la larga historia de la Iglesia, puede rastrearse ese enfrentamiento de lógicas, como el conflicto entre el comprensivo Papa Calixto I e Hipólito, su sectario oponente.
Finalmente, cuando siguen lloviendo las críticas de quienes confunden tradición con tradicionalismo, discernimiento con relativismo, o misericordia pastoral con laxitud moral, en defensa del Papa y de su “obra maestra” viene bien recuperar un olvidado discurso de San Pablo VI en su visita a la ciudad papal de Anagni (1/09/1966). De esa jornada sabemos que “al mencionar los acontecimientos históricos vividos por la Catedral de Anagni, donde comenzaron las más graves excomuniones contra reyes y emperadores y donde comenzó el cisma de Occidente, el Augusto Pontífice expresa el deseo de paz, fraternidad y amor; y el deseo de que desde este mismo lugar se haga la invitación fraterna a cuantos aún están separados de la Iglesia, para que se redescubra y realice la unidad y se cree un solo rebaño bajo un solo pastor. Para que esto suceda – concluyó el Papa– debéis ser como lámparas brillantes en el cielo de la Iglesia, ejemplo de caridad y de renovación espiritual, como quiere el Concilio” (fuente: vatican.va).
Así, aquel Papa que sufría en carne propia las tormentas del posconcilio, concluyó con unas memorables palabras, proféticas para sus sucesores, especialmente Francisco, signo de los tiempos “en persona” (como decía su maestro, Juan Carlos Scannone, sj). Utilizando el plural mayestático, propio de la época, dijo Pablo VI al finalizar su visita en Anagni:
“Estamos en la Iglesia, pertenecemos a la Iglesia; estamos bautizados, somos Hijos de Cristo, tenemos la misma fe, bueno: quien pertenece a esta sociedad que hoy se llama pueblo de Dios, que se llama comunidad cristiana, pues debe saber que esta comunidad está organizada y no puede vivir sin la inervación de una organización precisa y poderosa llamada Jerarquía. Hijos míos, es la Jerarquía la que les habla, y el Vicario de Cristo que hoy está ante ustedes les dice esto: que no estamos hechos tanto para mandar como para servir. Puedo pediros, queridos hijos, esta gracia que ciertamente no me negarán: amar al Papa. Amen al Papa… porque sin ningún mérito suyo y ciertamente sin ninguna investigación, le sucedió esta extraña y singular vocación de representar a Nuestro Señor. No nos miren a Nosotros, miren al Señor cuya presencia representamos. ¡Estamos a sus órdenes hermanos!”.
Como decía Mama Antula, desde la sabiduría ignaciana, “la paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia”. Así, Francisco, el Papa que pide insistentemente que recen por él (como pedía el Pontífice imaginado por Castellani 60 años antes), sabe que, en definitiva, se trata de poner en marcha procesos transformadores, dado que “el tiempo es superior al espacio”. Para eso hacen falta los “enamorados” del Reino y del pastor que cuida el rebaño que le fue confiado (a imagen de Jesús Buen Pastor), no los “acostumbrados” que terminan jugando para los lobos.
*Doctor en Ciencia Política. Profesor universitario.
10/2/2024