Por Gustavo Ramírez
La exposición de Javier Milei en Davos, más allá de los exabruptos conceptuales y de los derrapes en las referencias históricas, dejó en claro que el programa económico que impulsa para la Argentina no se sale de los cánones tradicionales del neoliberalismo. A esta altura, que el mandatario se autoperciba “libral-libertario” termina por ser una anécdota seudo intelectual para aquellos que quieren hilar fino. Sus mandatarios políticos son los oligarcas tradicionales y quienes manejan el destino económico del país ya no son políticos sino agentes del capital financiero global como Luis Caputo y Federico Sturzenegger.
Milei opera como un traficante de ideas que entendió mal. Más allá de eso, mientras se comporta como nuevo rico, dejó su gobierno en manos de actores políticos que saben que para llevar adelante el programa económico neoliberal tienen que quebrar al Movimiento Obrero. La receta no es nueva: Es lo que hicieron Ronald Reagan y Margaret Thatcher a principios de los ’80 en el siglo pasado.
Ahora bien, la transmisión automática de experiencias exógenas al cuerpo nacional no existe. La sustentabilidad y consistencia del Movimiento Sindical argentino no es idéntica a las de otras organizaciones sindicales análogas en la región. Solo basta con observar lo que ocurre en Ecuador, donde en la crisis actual el sindicalismo carece de protagonismo por su debilidad estructural.
El twittero profesional devenido en portavoz de presidencia, Manuel Adorni, en tono burlón –acorde a su investidura de bufón de la corte-y cínico expuso en las últimas conferencias de prensa, palabras más palabras menos, que no encuentra motivo para que la Confederación General del Trabajo lleva adelante una medida de fuerza como la anunciada para el miércoles 24 de enero.
Nada de esto supera las fronteras que guarnecen a los fanáticos del libre mercado y del anti-peronismo. El resto de la sociedad navega sobre aguas turbulentas y se prende de la incertidumbre como un falso salvavidas con la intención, más instintiva que racional, de evitar ahogarse cuando sobrevenga en naufragio.
La iniciativa de la CGT para ponerse al frente de un plan de lucha obedece a distintas aristas de una misma figura geométrica. Pero antes que nada, es la asunción de la representación colectiva ante el repliegue de las fuerzas políticas luego de la derrota electoral. A diferencia de otros momentos históricos, la dirigencia sindical entendió que no había resquicio para esperar mientras el gobierno de la Libertad Avanza promueve un ajuste brutal sobre los trabajadores, la clase media y los pobres.
Mientras algunos actores sociales de “adentro” y de “afuera” estaban labrando el acta de defunción de la Central Obrera, la conducción sindical reactivó su memoria histórica, superó por el momento las contradicciones secundarias y asumió el mandato de su conciencia histórica.
Lejos de la narrativa agobiante del fuego amigo esta responsabilidad no es novedosa ni nueva. Las organizaciones sindicales en su conjunto responden a las demandas de sus afiliados día a día lo que le permite adquirir una gimnasia determinante a la hora de trazar diagnósticos y efectivizar medidas de presión social para revertir escenarios adversos.
Ocurrió con el macrismo, a pesar de lo que muchos aventuraban a apreciar en esos momentos. La canalización de conductas destructivas, en función de menospreciar al colectivo sindical, terminó por ponderar la estrategia del enemigo y se enfrascó en discusiones de superficie cuando las organizaciones sindicales forjaban unidad en acción y de concepción frente a la amenaza neoliberal.
Fueron las dirigencias sindicales las que salieron a la calle a luchar contra el régimen de CEOS y quienes, junto a sus cuadros de base, padecieron la persecución y la represión. Esas mismas estructuras se pusieron al servicio de la Patria cuando aconteció el fenómeno destructivo de la Pandemia de COVID-19. Las y los trabajadores, sus sindicatos, estuvieron en el frente de combate aportando trabajo e infraestructura, sobre todo en lugares donde el Estado no llegó con su cobertura.
Vale añadir, que no son pocos los sindicatos, que desde la restauración neoliberal de 2015 hasta la fecha, sostienen ollas populares para tender un plato de comida a compatriotas en situación de calle y que no necesitaron las luminarias ni las plumas mediáticas para reafirma su compromiso en comunidad. Junto a los Movimientos Populares, los sindicatos, sus dirigentes, pueden dar testimonio de lo que ocurre en las bases sociales de manera más efectiva que la dirigencia política.
Seguramente el sindicalismo argentino tendrá que hacer autocrítica hacia adentro sobre diversas cuestiones que hacen a su rol en los últimos tiempos. Pero ello no quiere decir que esto signifique que se tenga que estar escribiendo con tinta seca su epitafio. Los sindicatos son instituciones democráticas donde los trabajadores no solo cuentan con representación política sino que son artífices de su destino. Las Comisiones Directivas y las conducciones son elegidas debidamente cada cuatro años. Esa legitimidad social, más allá de la pedagogía de la mala prensa, es una espina en el escenario político del campo nacional y popular sometido a la hegemonía del pensamiento unilateral vacío de contenido histórico.
La política de shock que impulsa Milei generó que en el mes de diciembre, entre la devaluación y la suba inflacionaria abrupta, se “pulverice” el poder adquisitivo de los salarios en términos generales. Los datos del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina, que depende de la CTA, dieron cuenta que en dicho período una persona que no recibió incremento en su remuneración perdió un 20,3 % de capacidad de compra con su salario.
“Dado que el incremento de precios ha venido siendo más alto para los alimentos que para el resto de los bienes y servicios y que esta tendencia se agudizó en el último mes de diciembre, la pérdida de poder de compra del salario mínimo resulta mayor cuando se contabiliza exclusivamente en alimentos: -36,8% respecto de diciembre de 2019 y -50,7% (más de la mitad) respecto del mismo mes de 2015”, añadió el CIFRA en su informe.
Las medidas económicas del gobierno y sus necesidades políticas para poder consolidarlas representan un ataque violento contra quienes producen la riqueza del país, que son las y los trabajadores. Solo alcanza con observar que “los bajos valores del salario mínimo implican que no alcance siquiera para la adquisición de la canasta básica alimentaria correspondiente a una “familia tipo”. El costo de esa canasta, que define el límite de la indigencia, fue $ 240.679 en diciembre; es decir que los $ 156.000 del salario mínimo sólo cubrieron el 64,8% de la misma”.
No hay lugar para que el gobierno de Milei pueda generar esperanza. Consultoras vinculadas al mundo sindical advierten que en los primeros tres meses del año la inflación alcanzará un 80 %. Pero eso no es todo, las PYMES, principales generadoras de empleabilidad alertaron sobre la posibilidad de que en los meses venideros muchas empresas terminen cerrando por el impacto de las medidas económicas.
Hay más. Tanto el DNU como el contenido de la Ley Ómnibus tienen como objeto modificar la estructura legislativa nacional. Esto implica el cercenamiento del derecho a la defensa de los intereses de la clase trabajadora, la anulación de hecho de la asociación sindical y el desmantelamiento del derecho constitucional de huelga. La declaración de guerra está firmada, por lo tanto, esto ubica de manera inmediata a la medida de fuerza decidida por la conducción de la CGT.
En este sentido, el Movimiento Obrero argentino ha recibido el apoyo, solidaridad y acompañamiento de un importante número de organizaciones sindicales internacionales. La violencia política y económica contra los trabajadores representa de por sí la proscripción de la democracia. Por lo tanto, la alerta es total. Algo de lo que no parecen tomar nota diversos representantes legislativos de las fuerzas políticas opositoras.
Tal cual el credo neoliberal profesa la eliminación de la fuerza sindical es un objetivo tan relevante como primordial no solo para el modelo sino también para los oligarcas que manejan los hilos del gobierno. El “fundamentalismo del libre mercado” no incluye la libertad de la clase trabajadora. El precariato como condición elemental para el quebrantamiento del principio ético de las relaciones sociales es condición irrenunciable para que el modelo prospere.
El liberalismo es enemigo de la clase trabajadora. Este concepto le da sustento histórico y pone en situación al paro de la CGT. Pero los aditamentos coyunturales lo dotan de contenido. Como bien afirmaron distintos dirigentes sindicales, en el marco del Plenario de Delegaciones Regionales de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, este es el primer round de una larga pelea. “Si vienen por todo no hay que aprobarles nada”, fue el mensaje.
Para el Movimiento Sindical no es novedoso conformar un plan de resistencia y lucha. Vale decir que, en detrimento de la historia sindical, el progresismo arribista que abreva en campo nacional intentó, a lo igual que los sectores reaccionarios, borrar esa identidad colectiva que marca el trazado ético del “hacer justicia juntos”.
La clave de este proceso puede hallarse en el documento político del Movimiento de Trabajadores Argentinos de febrero de 1994: Rechazar la Injusticia Ser Protagonistas del Cambio. Allí, parte del sindicalismo que resistió las políticas neoliberales de los ’90 expuso:
“El conflicto del fin de siglo trae consigo, la paradoja de la coexistencia entre el pasado y el futuro. Una sociedad que se caer y otra que nace. Ambas, decadencia y alumbramiento, son irreversibles. Por eso el cambio y la transformación no son hoy patrimonio de algunos y minúsculos sectores sociales. El futuro nos pertenece a todos, pero no será así si no somos protagonistas de su construcción”.
Esta apreciación está tan vigente que asusta. Más adelante, en el documento, se hace una descripción certera del momento histórico. Allí se palpó con notoria maestría el sentido de ubicación del MTA que bien puede adaptarse al presente:
“En términos históricos estamos hablando de la restauración del poder de minorías y los poderosos que, siempre se llamó “oligarquía” y que hoy, con cambios de nombre y de estructuras, vuelve las cosas al siglo pasado en términos de práctica democrática y en términos de justicia social. Es una restauración porque para poder gobernar intenta desmoronar cincuenta años de conquistas destinadas a la dignificación de la vida y las personas”.
El documento culmina con la presentación de puntos decisivos para la reconstrucción del tejido social popular. No obstante, más allá de la importancia que los mismos adquieren incluso para la actual coyuntura, el párrafo que sobresale es el que pone en valor el contenido de la organización:
“Los trabajadores no vamos a aceptar pasivamente la marginación y el empobrecimiento”.
¿Por qué para la CGT a solo un mes de gobierno del falso representante de las fuerzas del cielo? Porque sobran los motivos para hacerlo. Basta con mirar a nuestro alrededor, escuchar al pueblo, escucharnos. El sindicalismo nacional no es ajeno al sufrimiento popular, tampoco adhiere a la praxis del sacrificio. El paro se enmarca en un contexto donde la avanzada política es violenta y avista un desenlace dramático para millones de personas. Esto ya se padeció en la Argentina y es, precisamente, el Movimiento Obrero el que conoce el final de la película.
Es un paro en defensa de los intereses nacionales y colectivos, pero también es una huelga contraofensiva sobre el diagrama “civilizatorio” que pretende terminar con la forma de vida de la clase trabajadora y la clase media argentina. Esto permite generar una interpelación hacia dentro de la estructura del Movimiento Nacional, lejos de los aparatos electorales y los acuerdos de cúpula.
Está claro que el conjunto social popular no puede continuar acariciando sueños, por lo tanto las organizaciones libres del pueblo tienen en claro, a diferencia de la dirigencia política, que la rosca diluye al tiempo. No es momento para perder la noción de lo que ocurre. Este paro es algo más que una medida de fuerza.
Significa que el peronismo no está fenecido como desean propios y extraños. La concepción doctrinaria, más allá de las urgencias, vuelve a ponerse sobre la mesa para discutir un programa de gobierno que no se quede en apariencias de bienestar social. La medida de fuerza será un punto de inflexión para el gobierno pero también para los ejes partidarios que se alejaron de las bases escuchando su propio relato.
Los motivos del paro están en el arraigo histórico, en la memoria colectiva de la clase trabajadora. En los mártires cotidianos que padecen el ajuste en la panza. Es la causa del valor revolucionario del peronismo. La CGT para el 24 de enero porque los trabajadores no se rinden.
23/1/2024