Por Lucas Schaerer
Confesar los pecados. Reconciliarse con Dios. No está en la agenda mediática. Sin embargo, el Papa Francisco pone el foco allí. Fiel a su estilo descoloca a propios y extraños. Lo hizo al designar cardenal, hace unos días atrás, al franciscano capuchino Luis Dri, en reconocimiento a su constante y coherente tarea de ser el gran perdonador del pueblo y el clero argentino, en la periferia sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Es una perla, un tesoro, poder confesar nuestros pecados, expiar nuestras culpas, porque nos renueva, nos permite dar una vuelta de página a nuestros defectos personales, porque nos transforma en busca del bien, de mejorar nuestras acciones, actitudes, ante el yugo de la cruda realidad donde nacimos y vivimos. No es la cultura de la cancelación, sino el rescate de las almas. Nos libra del mal.
Es por ello que, desde Roma, el Vicario de Cristo y referente mundial para otras religiones y no creyentes, nos señala a uno más viejo que él, al fray de 96 años, Luis Dri.
En el marco de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) a desarrollarse en Lisboa, capital de Portugal, en la primera semana de agosto, Francisco nos muestra una mina en oro, que no tiene cuota de ingreso, tampoco al salir te cobran. Es más, te podés llevar agua bendita de la fuente de su bello jardín. Claro, no te llevan los tours turísticos, ni tiene prensa el arrabalero barrio de Pompeya, nacido a la vera del Riachuelo. Pero uno se acerca a la ajetreada calle Esquiú, a veinte metros de avenida Sáenz, e ingresa al edén de la paz.
En una de las oficinas del Santuario de la Virgen de Pompeya, de mañana como a la tarde, se encuentra en silla de ruedas, con un Rosario en la mano, e intercambiando sus oraciones con mate, al gran perdonador, como lo llama el Papa. “El gran perdonador” es el título del último libro firmado por Dri que recopila cien de sus meditaciones “acerca de Jesús, camino, amor y perdón”. He presenciado varias veces como amoroso Dri recibe a todos, a importantes religiosos o anónimos trabajadores, para escuchar, para dar un consejo, si uno lo pide.
Rodeado de estampitas en su escritorio siempre te ofrece caramelos. Te endulza la boca antes de hablar cosas feas. Aunque esté nublado en la calle, allí siempre hay luz. ¿Será el ventanal detrás suyo o es él que sigue iluminado de tanta oración y confesión? Ha sobrevivido a varios cánceres que le tomaron todo el cuerpo, y otras enfermedades, pero él confiesa que la Virgen de Pompeya es muy milagrosa, y que lo mantiene vivo para intermediar en el sacramento de la reconciliación.
Luis no quiere que lo llamen eminencia, o cardenal. Se siente un simple fraile, un poco loco, que no vale nada. Se crió en el campo, en Federación, provincia de Entre Ríos, en ese momento no había autos, no tenía ni reloj, sabían de la hora por el paso del tren. Allí se fortaleció por la fe de su madre, que sostuvo la crianza de diez hijos, todos religiosos. Luis no es un intelectual. Sí ha conocido diversos países para su formación y ha vivido muchos años en Montevideo como rector de una escuela parroquial, pero se recibió y doctoró en la confesión.
En uno de estos días me largó una reflexión: “Si venís quiero que te vayas bien, con tranquilidad, y sosiego, que no te vayas de acá diciendo el cura no me entendió, no supo decirme nada. Si venís con la mochila cargada, quiero que esa mochila la vacíen acá. Que se vayan tranquilos. Me ha pasado que vienen con muchos problemas. Me acuerdo hace años, la primera vez, que me dijeron ‘yo asesiné’. Me impactó. Entonces el Señor me dio ese don de sacerdocio. Fue él que dijo: ‘a quienes ustedes perdonen serán perdonados. A quienes retengan le serán retenidos’. Por eso me siento feliz de poder decirles en la confesión: por los méritos de la muerte y resurrección de Jesús, en nombre de la iglesia, yo te absuelvo en nombre del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo.
No soy yo el que absuelve. Es Jesús por medio del Espíritu Santo. Esto es muy significativo. Es impagable. Nadie te puede dar la felicidad cuando Dios te perdona y estás purificado, el sacramento de la reconciliación. Soy administrador del sacramento, no dueño. Como voy a decir que estoy cansado si otros pasan horas y horas para ganar un sueldo”.
El secreto de Luis es rezar. “Porque entiendo, lo que decía el Padre Pío (San Pío de Pietrelcina, el santo de los estigmas) es el arma poderosa contra el demonio. Además, la oración es nuestra fuerza espiritual, nuestro alimento, en el capítulo 15 de San Juan dice: ‘sin mí no pueden hacer nada’”.
El Padre Pío es un santo de la era moderna. Falleció el 23 de septiembre de 1968 y su fama ha llegado a los confines del mundo. El cardenal-fray Dri ha vivido junto a él en su antigua capilla de Pietrelcina hasta llegó a confesarse. “Que quiere este indio”, fue la respuesta del Padre Pío cuando le dijeron que había un fray argentino que quería confesarse. Fue la confesión lo que unió a Dri con Bergoglio. Entonces Jorge Mario era arzobispo de Buenos Aires. y el fray reunía características similares a otro gran perdonador que reivindica el Papa.
2/8/2023