Por Gustavo Ramírez
La decisión de Gerardo Morales de aprobar parcialmente la reforma constitucional de Jujuy dejó en claro que la democracia liberal es el marco rector para perpetrar el latrocinio social en todas su formas. Los sectores populares, por otro lado, vuelven a evidenciar que le escapan a las obtusas discusiones de cúpula. Refrendan su organización y direccionan sus fuerzas, a través de su acumulación, a la defensa de los intereses comunitarios.
La oposición cada vez que puede hace gala de su ADN ideológico: La violencia política como ejecución de un programa de retraso social, aniquilamiento de la organización comunitaria, expropiación de la riqueza nacional, subordinación a los centros internacionales del capital y establecimiento de un régimen punitivo contra los más humildes.
Con la democracia liberal no se come, no se educa, no se trabaja y no hay justicia social. Lo que existen son vasos comunicantes de la estructura plutocrática que se disemina socialmente como pedagogía de la dependencia a través de la estructuración de narrativas republicanas adheridas a la arquitectura del contrato social.
El pregón permanente del sentido común, como fuerza preponderante de la razón democrática, permite la adaptación de discursos reaccionarios y progresista que agreden sistemáticamente cualquier proceso de organización popular, mientras que recalan en la segmentación social como potencia de la desarticulación comunitaria.
Jujuy no es un mojón coyuntural sino el reflejo de un sistema que se muerde la cola permanentemente. Que necesita de la violencia política para enaltecer su proyecto civilizatorio en la medida que disciplina y castiga a todos aquellos protagonistas sociales que se atreven a ir contra el mandato atlantista de la sujeción, el individualismo y la cultura de la dependencia.
De esta manera, los referentes de Juntos por el Cambio y los mal llamados “Libertarios” se asumen como los guardianes del orden y del progreso. Herederos tanto de Sarmiento como de Martínez de Hoz. Se enuncian en el peso simbólico que adquiere el valor democrático sostenido en el libre comercio y en la literatura distópica de la libertad de expresión, mientras esconden sus cadáveres bajo la alfombra de un estudio de televisión.
La historia puede servir para correr las máscaras que cubren los viejos rostros conocidos. A horas de haberse conmemorado otro aniversario del criminal 16 de junio de 1955, cabe preguntarse por qué el “campo popular” suele interpretar como malos entendidos o fallas de la matrix a los comportamientos violentos de los representantes de la reacción. Tal vez porque la negación conjetural de la historia permite justificar la adhesión al sistema como lo único posible.
Pegarse tiros en el pie para regodearse en el dolor se parece más un vicio masoquista que una torpeza política. La instalación sobreactuada de la fase narrativa sobre los discurso de odio permiten obviar rotundamente que la discusión de fondo no se inscribe en la patologías moralizantes de la culpa sino que determinadas acciones comulgan con el pasado de manera simbiótica y simétrica. Lo discursivo se impone en el plano de los simbólico y de las representaciones y no en el de los hechos concretos. Allí el progresismo languidece casi hasta sucumbir.
La intención de las facciones pro oligarcas de 1955 era matar a Perón para restaurar el programa plutocrático. Para ello se contaba con el aporte de agentes como Miguel Ángel Zavala Ortiz (dirigente de la UCR), Américo Ghioldi (dirigente del Partido Socialista) y Adolfo Vicchi (del Partido Conservador.
Entrada la década de los ’60, Frondizi reprodujo el mismo esquema de representaciones: Impuso el modelo desarrollista y traicionó los acuerdos con Perón. El liberalismos pro-atlantista se volvía a acomodar en el ceno del país bajo la representación de una democracia progresista que más allá de algunas medidas no deseaba romper con lo esquemas tradicionales de la dependencia.
Más tarde, Arturo Ilia, señalado por el progresismo como uno de los padres de la democracia y del honestismo, refrendaba al sistema democrático con el peronismo, movimiento que aglutinaba a las mayorías populares del país, proscripto.
En los ’70, mientras se hacía gala del entrismo por derecha y por izquierda, Perón entendía que la reconstrucción nacional llegaría de la mano de un gran y amplio pacto social, negociaba con Balbín un acuerdo político. La interna radical comandada por Raúl Alfonsín echó por tierra toda posibilidad de acordar. En el ’83, el demócrata, que pateó las puertas de los cuarteles para voltear al gobierno de Isabel, se presentó como el padre de una democracia que no buscó, no quería, no sentía y que se edificó sobre la base de la sangre peronista.
La narrativa de la democracia liberal se sustenta sobre los oráculos de la profesionalización de la política que no hacen más que referenciarse en los postulados reaccionarios sajones y en los principios rectores del republicanismo liberal europeo. Es lo que se sostiene cuando referentes políticos del “campo popular” se arrogan el voluntarismo pragmático del contrato social. La representación líquida del progresismo de la dependencia.
Perón dejo en claro que “así como la monarquía terminó con feudalismo y la república con la monarquía, la democracia popular terminará con la democracia liberal burguesa y sus distintas evoluciones democráticas de que hacen uso las plutocracias dominantes”.
En el actual esquema la partidocracia es orgánica a la democracia liberal. Por eso, la discusión por la nomenclatura termina por ser la evidencia de la inmadurez política de una dirigencia de cúpulas. El resultado es que Unión por la Patria se termina convirtiendo en eufemismo, en cínica ironía o lo que es peor, en adaptación.
Las reyertas electorales evidencian que los grados de cohesión solo se dan bajo esquemas de permanente asimilación de las imposiciones del sistema. Lo cual pone a las y los dirigentes de espaldas a su base electoral. La representación de acumulación de fuerza, por capacidad de reunir votos, también es posible bajo este diagrama. No obstante, nadie es dueño o dueña de los votos. Los verdaderos dueños de ese poder son las y los trabajadores, los más humildes de la Patria. La realidad no empieza ni termina en una encuesta de opinión.
Al mismo tiempo que Jujuy temblaba, en Buenos Aires, la lógica de la rosca primó como estandarte de la incertidumbre que roe al presente. El INDEC sentenció que la inflación de mayo fue del 7,8 %. Un nuevo síntoma de la adaptación es la ponderación del sacrificio de Sergio Massa. ¿El nuevo héroe en este lío? Al mismo tiempo alguien toca a la puerta de una casa: Es la deuda interna que viene por más. Es extraño. En el documento del PJ bonaerense, infantilizado por los berrinches de Máximo, no se mencionó esto. Es la política, idiota.
Mientras los cruces internos se hacen públicos, las mezquindades se rinden frente al diseño de la dependencia y los culos de la aristocracia ideológica se florean ante la llegada del invierno, por abajo las cosas suceden. Esto suele fastidiar a los gerentes caga tintas de la progresía, por el simple hecho que no pueden aprehender el devenir de los acontecimientos y eso pasa porque la adaptación nunca se sitúa.
La fantasía húmeda de la “psicopolítica” entiende, por derecha y por izquierda, que el peronismo hoy es mucho más peligros que ayer. Sujetarse a la agenda de superestructura garantiza el tránsito por la zona segura: La doctrina peronista les dinamita el campo llano donde suelen sacar a pastar a su ganado domesticado. Los expone. Quedan en evidencia.
Iniciar un proceso de construcción de Comunidad Organizada supone meter los pies en el barro para trabajar sobre los cimientos de la historia. Implica al mismo tiempo ubicarse en el pueblo, oler a tierra plebeya, impregnarse de cultura popular que es al mismo tiempo ética solidaria. Es iniciar el camino de la revolución hacia la liberación nacional.
Los proyectos civilizatorios progresistas necesitan esconderse bajo las faldas de los paradigmas del pragmatismo electoral. Allí crean su mito de representaciones donde se sienten cómodos mientras son arrullados por las canciones de moda de la industria del entretenimiento. El ganado se mantiene gordo sobre las llanuras de los restos pampeanos. Todos se adaptan. Pero todo puede cambiar si los bárbaros deciden marchar.
17/6/2023