Por Gustavo Ramírez
El acto del jueves 25 de Mayo se inscribió en el universo simbólico que rodea como significante narrativo al kirchnerismo de pura cepa. Para algunos representó un mojón de renovada esperanza. En el clima general no pasó de ser lo que se esperaba que fuera: la demostración de musculatura interna por parte de la Vicepresidenta para asumir el control de la campaña y por qué no, la toma del mando de la lapicera.
Para muchos militantes desilusionados con el actual proceso fue un acto de celebración de la militancia. El discurso de Cristina sonó redundante y chocó con las contradicciones fácticas. La centralidad del debate político quedó atrapada en la discusión por las candidaturas y descuidó la trama de fondo. En el Frente de Todos la épica no es más que una expresión de deseo y la unidad quedó reducida a los márgenes de fronteras difusas.
Es que la cuestión de fondo sigue sin ser resuelta. A primer golpe de vista se puede observar que el consenso establecido entre el Frente Renovador y el kirchnerismo cristinista gira en torno a un plan económico sostenido con los lineamientos desarrollistas, espacio presentado con cierta neutralidad ideológica donde ambos sectores se sienten cómodos. El problema estriba en entrever que las propuestas keynesianas no se ajustan por fuera de los marcos del mercado.
Como eje de la articulación se habla del armado de un programa sobre el cual los equipos técnicos de ambos espacios ya se encuentran trabajando. Si bien se desconoce el trazo grueso del mismo, Cristina Fernández dio indicios evidentes, el último jueves, sobre los cuales se va a recostar a grandes rasgos, dicho programa. Es lo posible para este momento y no lo ideal, se apresuraron a definir fuentes cercanas a ambas fuerzas.
Si ben no se animan a sostener que lo expuesto por la expresidenta sea la columna vertebral del proyecto, lo concreto es que ella dejó el terreno abonado para desplazar las ideas principales sobre las cuales va a cimentarse la nueva alianza: En principio, promover un gran acuerdo nacional que permita reformular el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Luego, desarrollar una política de preservación de recursos naturales como el litio y el gas. A eso, hay que añadirle la restructuración política del sistema judicial, para no entronar de manera perpetua a los cortesanos. Por último, restablecer el pacto democrático confirmado de manera tácita en 1983.
Es lo que hay y no es para nada suficiente. Sobre todo porque más que respuestas a problemas estructurales concretos las propuestas suenan más a proposiciones de diagnóstico. Es cierto, Cristina Fernández de Kirchner no profundizó las cuestiones propositivas. Lo lanzado bajo la lluvia el pasado 25 de mayo parece navegar en un limbo de expectativas condicionadas por la elección de las y los candidatos. Todo está en discusión, incluso el programa, que no parece definitivo.
Antes de regresar a analizar los “postulados” básicos de esta especie de programa que se desgranó el jueves anterior, vale recalar en la interna del Frente de Todos. Hay un grupo que afina simpatías verticalizado por Cristina, Massa, Máximo Kirchner y Eduardo Wado de Pedro. Basta con observar la fotografía del último viernes en Mercedes y ver cómo está integrada la comitiva que acompañó al Ministro de Economía en su viaje a China.
Demasiado notorio fue el desplante al Presidente Alberto Fernández, quien en 2019 fue el elegido. Por lo que hablar de unidad a esta altura dentro del Frente de Todos resulta un eufemismo. El mandatario parece relegado a cumplir un papel secundario en materia de mandato político. Más allá de cuestiones protocolares no se lo percibe ocupando el centro de la escena política, ni siquiera pudo mantener la conducción del PJ. La pregunta entonces es ¿cómo y con qué se llega a final de mandato?
Las contradicciones propician el inicio de temporadas de sapos. Una constante que se repite cada vez que entra a tallar una interna en el campo nacional y popular, que por estas horas no queda en claro que significa. Lo concreto es que los lineamientos trazados por Cristina también ponen de relieve las contradicciones que fluyen dentro del Frente de Todos.
Los grandes trazos no implican necesariamente una respuesta a corto plazo a las demandas de los sectores populares. Estos tienen muy en claro que representa el regreso del neoliberalismo como fuente de razón gubernamental. Lo dejaron en claro en las elecciones de 2019, sin embargo, en cada intervención “magistral”, la ex mandataria se esfuerza por subestimar la capacidad resolutiva de la fuerza popular imponiendo mandatos que resultan más de superestructura que de motivaciones cotidianas.
Claro, esto no resuelve el entuerto electoral. Es que allí se pone de manifiesto la incapacidad constructiva del propio kirchnerismo. La ausencia de cuadros políticos que puedan sustituir la figura y el liderazgo de Cristina responde a los propios errores de conducción que se profundizaron a partir de 2011. Al mismo tiempo, se pretende implantar la idea matriz de que el peronismo necesita modernizarse. Si bien eso queda como una expresión indefinida parece estar en claro que ello implica, de cierta manera, tomar distancia de Perón.
Es curioso, el 25 de mayo para muchos fue un acto peronista donde no se habló de peronismo. Pronunciarlo desde la autopercepción no es ejercerlo. Muchos menos cuando la respuesta es coyuntural e individualizada. Los protagonistas históricos del proceso siguen estando ausentes de los discursos, tampoco son el objetivo de las políticas del Frente de Todos. Pero si son la base electoral que sigue encolumnada con la propuesta de 2019, aunque sea una oferta mínima.
Muy poco se dijo de como revertir el estado de situación que lleva a la pérdida del 2,3 % interanual del salario, en los primeros meses del año. Lo que redundó en un 42,3 % de pobreza para el primer trimestre del año. Explicar los problemas que acarrearon el endeudamiento con el FMI, la pandemia, la guerra entre la OTAN y Rusia y la sequía, solo sirve para desviar la atención ante la falta de políticas que superen el mero estadio paliativo.
Sin embargo, como ya lo dijimos, Cristina habló de acuerdos políticos para despejar el acuerdo con el FMI que termina por condicionar el manejo político de la dirección económica. Ahora bien, tampoco se explayó en definir con quien se debe gestar ese acuerdo ni bajo que términos. Resulta difícil de creer que se pueda alcanzar un mínimo de consenso con el sector político que generó el endeudamiento porque este está convencido que hizo lo correcto. Pero además, lo que debería primar con estos actores políticos es más el escarmiento que el consenso.
La vicepresidenta llamó a “abrir la cabeza” para tomar nota de la integración entre capital privado y capital público. Tampoco echó luz sobre como debe gestarse ese proceso para que no continúe pasando lo que ocurre en la actualidad, donde el capital privado vive subsidiado por el capital público para maximizar sus ganancias en el contexto de una integración vertical. Nada nuevo bajo el sol. Sobre todo porque esto demanda repensar el rol del Estado y su intervención política en el manejo de la economía, pero al mismo tiempo implica dilucidar cuál será el ejercicio de gobierno sin un programa emancipatorio.
Argentina depende de la acumulación de dólares para no perder dinámica económica. Ello no constituye de por sí un marco adecuado para el despliegue de políticas distributivas. En primera instancia porque la quimera desarrollista propulsa la inclusión por ingresos, es decir por consumo, como rueda virtuosa del potencial bienestar pero esto no redunda en movilidad social ascendente y mucho menos en Justicia Social.
Un proceso industrialista nacional debe asentarse sobre las bases de un capitalismo nacional, para ello debe contar con un mercado interno sólido que pueda implementar el accionar estratégico de producción en función de sustitución de importaciones. Sin embargo, ocurre más bien lo contrario. Se celebra que una empresa extranjera se instale en el país porque genera trabajo, no siempre digno vale decir, y produce acá, pero esa producción no es nacional ni los márgenes de rentabilidad que genera va a radicarse en el territorio. Lo realmente de avanzada sería contar con inversión nacional, con producción original que además permita a los trabajadores consumir lo que crean.
El viejo modelo fordista daba el marco ideal al desarrollismo, pero mientras se sostenga el estatuto neoliberal de los ’90 y el modelo productivo no sea contemplado desde una planificación estratégica como soporte de la reconstrucción del mercado interno, la discusión será tan redundante y obvia como estéril. Es fácil no debería alegrarnos que Toyota tenga un fábrica en el país, lo que realmente debería hacernos “felices” es tener una empresa como la japonesa pero propia.
Por otro lado, recuperar los principios rectores del seudo pacto democrático del ’83 es volver a recostarse sobre los estamentos que rigen a la democracia liberal. Al mismo tiempo es necesario recordar que en ese período el Movimiento Obrero fue perseguido y demonizado después de haber generado las condiciones objetivas para el retorno democrático. El gobierno radical de Alfonsín repitió los vicios liberales: reprimió al sindicalismo y generó un nuevo estadio de violencia política contra la clase trabajadora. La pregunta es por qué desear volver al ’83 y no al ’45.
Del mismo modo cabe preguntarse que pasó en estos cuatro años que no se establecieron mecanismo de protección de los recursos naturales. Desde este mismo espacio y de otros, se viene alertando sobre la incidencia determinante que tienen las operaciones predatorias en nuestros mares. La merluza, por ejemplo, comienza a convertirse en un bien escaso. Esto demanda el desarrollo de políticas integrales sobre todo tipo de recursos, ahora, si esto se va a dar en el plano de la propia integración vertical seguiremos dando vueltas en círculos.
Resulta curioso que se insista en modificar el sistema judicial sin pretender transformar las bases del capitalismo financiero y la democracia liberal. Si la aspiración es volver a encorsetarse, como lo menos malo, en un gobierno de transición (resta definir transición hacia donde), será difícil que prospere una avanzada contra la Corte de Justicia que es producto, además, del propio devenir político.
El sociólogo Aritz Recalde afirma que “en la Comunidad Organizada, la democracia se realizará a través de la acción de los organizaciones libres del pueblo creadas de abajo hacia arriba por la voluntad se sus miembros y no por imposición estatal”. De esta manera refuerza lo que Perón había dejado en claro: “No hay pueblo capaz de libre decisión cuando la áspera garra de la dependencia lo constriñe. De ahí que Comunidad Organizada significa, en última instancia, comunidad liberada”.
¿Por qué, en este contexto, el peronismo prescinde del peronismo para hacer peronismo? Tal vez en esta nueva temporada de sapos encontremos la respuesta. Contentarse con lo menos malo suena a resignación. Sin embargo, hasta que no exista una firme decisión de recuperar el sentido popular y revolucionario del Movimiento Nacional parece la única salida posible. ¿Lo es?
30/5/2023