Por Gustavo Ramírez
Es viernes, llueve. La indiferencia y el tedio se entrecruzan bajo los brotes de lluvia que se desprenden del cielo y caen de manera violenta sobre una ciudad que desde hace tiempo ha perdido el brillo de los años y se tornó en un bloque de cemento demasiado gris. Es tiempo de recelos y de gestas individuales.
El bar está semivacío. Una canción pop revolotea en el ambiente. Una mesa más allá, tres tristes tipos devoran sus egos entre papas bañadas en aceite y miserias cotidianas. El Bosco asoma por debajo de la mesa envuelto en un humo tan absurdo como invisible. La gula de los fariseos parece desangrarse en el grotesco del cuadro. Todo está demasiado quieto como para ser irreal. Afuera la lluvia persiste. Algunas personas corren infructuosamente tratando de evitar lo que es en realidad inevitable.
Un muchacho, que aparenta unos treinta años entra furtivo. Sus pasos los conducen a la mesa de los tres comensales que lo miran con desdén. Abre presuroso una bolsa plástica. Con elasticidad meridiana los esbirros de la gula toman las sobras de sus platos y la lanzan al precipicio de la bolsa. El joven amaga a tomar un pan de la panera. Pero el movimiento veloz de uno de los monstruos se lo impide. Extiende su mano regordeta y le alcanza un pedazo de pan roído por su desprecio. El muchacho se envuelve en sus ropas oscuras, agradece, agacha la cabeza y sale del bar. Afuera solo lo abraza la lluvia.
Como paradoja. Unas cuadras más allá (todo se parece en cierta forma al más allá, que está indefinido pero presente) se yergue estoico el Congreso, como símbolo de estos 40 años de democracia. Un sistema imperfecto pero poderoso, al decir de pensadores británicos que son elevados a la categoría de sabios por la curtiembre liberal. Esos tipos redondos, se parecen demasiado a los diablos de la mesa que tengo en frente.
Ellos dejan ver sus medallas de buenos samaritanos y su celulares de última generación. Son los Maratea de ese instante. Los que entienden que el pueblo abandonado tiene que vivir del derrame de las sobras. Tal vez sea una paradoja de la coyuntura. La lluvia. El bar semivacío. El silencio y la diferencia general ante el absurdo generalizado.
Horas antes, bajo la calidez de los focos luminosos de un estudio de televisión, Cristina Fernández de Kirchner se aferró a las expectativas generales para contribuir a alimentar las bocas mediáticas con frases bien pensadas y elaboradas para clases magistrales. El posmoderno circo occidental. Ante un periodista aterrado, blando y demasiado clase media, ella hizo lo que sabe hacer. Habló de todo un poco pero sobre todo mucho de ella.
Volvió a tirar al piso a Alberto y le pegó un par de patadas en el piso para regocijo de la platea. Afuera del estudio de C5N, las groupies emulaban el operativo clamor a viva voz. Los conceptos se volvieron a repetir, así que el color se calzó la ropa del show y cerró la jornada. El sabor que quedó en la boca del análisis fue amargo. Las justificaciones sobraron.
Como una maestra normal pidió compresión de texto. Cargó contra la CGT y los Movimientos Populares, recordó lo buena que fueron sus gestiones y más tarde se sacó fotos con todo el panel adolescente de Duro de Domar y se fue sin dar mucho más. Quienes esperan que algo se revierta centrados en su amor platónico tendrán que ir a Plaza de Mayo el próximo 25 de Mayo. Allí el recital al aire libre será emotivo y nos evocará la nostalgia sobre lo que “nunca jamás sucedió”.
El viernes un dirigente sindical nos aseguraba que otra vez tendremos al candidato posible y no al que queremos. Ese mismo, en ese preciso momento, decía en San Fernando que “la inflación, hace que la gente sienta que no le alcanza, es un tema que además nos golpea en el sector más noble de nuestra sociedad, que es la clase media laburante que pierde ingreso”. El Partido Electoral gana la partida. Es fácil: hay que alcanzar el poder, y para hacerlo hay que ganar la elección.
¿Qué elección tuvo el muchacho del bar?, pienso. Mientras que el bullicio de la rueda de periodistas me trae de nuevo al día lluvioso. Los escucho decir que tienen miedo a Milei, que la juventud, que no entiende nada, lo sigue ciegamente. Hay más lugares comunes pero no vienen al caso. Es curioso, pero en esos ámbitos el futo es el minuto siguiente. La percepción del tiempo se diluye en la estupidez sincréticamente. ¿Qué elección le estoy dejando a mis hijos?
Comemos de las sobras que dejan algunos dirigentes políticos. Mierda, uno no debería escribir estas cosas. Uno debería quedarse pensando en las ideas importantes que dejó el último jueves Cristina en C5N. Comprensión de texto. Al final, sería algo lógico sentirnos culpables por no entenderla ni a ella, ni a ella ni a Verbitsky, ni a Duggan. Pero no, uno se empecina en creer que ahí ya no está el centro del eje. Pero la unidad. La articulación. La estrategia.
Si la caja de cristal en la que se guarda y protege a la superestructura se rompe gran parte de la dirigencia política se quedaría sin microclima. El periodismo que come de las migajas de la expectativa coyuntural también. El mismo jueves más 300 mil trabajadores de la economía popular salieron a la calle a exigir soluciones fondo en el marco de la emergencia alimentaria que se vive en los barrios pobres. Algo crujió, pero eso no está en la adición de ingeniería electoral.
A este tiempo de celos le sucederá el de tragar sapos. Los militantes Peter Pan serán los que más sufran. Después de todo Wendy tiene que crecer y eso será tan inevitable como correr y mojarse igual cuando llueve. Los cuentos clásicos suelen arruinarse en sus reversiones. Garfio se devaluó y decidió cerrar filas con Sergio Massa, como para tener un seguro en los puestos que vienen.
Esto no pasaría si por un momento pudiéramos sacar la cabeza del hoyo de la coyuntura y miráramos a los nuestros a los ojos. “Hay que ver lo que pasa con nuestro pueblo”, me dijo hace unos días un poeta social. A veces nos olvidamos que nosotros también somos “nuestro pueblo”.
La mesa. La lluvia. El YO. Viernes. La ciudad nos aplasta. Es cemento. Está gris. Abandonada. Demasiado urbana. La gente corre evitando mojarse. ¿Qué se siente ante la información del contexto? El microclima vuelve a enfrascarse como sinónimo de conjetura. Por momentos la acción política parece un objeto inanimado. Una canción de rock de los ’80 que fue un buen hit pero que envejeció mal.
¿Esos tres tristes miserables tipos seguirán en el tiempo congelado de su desprecio? Pensarán en su buena conciencia: darle sobras a los pobres, como paradoja del presente. Pero allí no se detiene la historia. La historia esta contada en la continuidad de los días donde esa escena se repite para el muchacho que tomó las sobras y se perdió en la lluvia. En la indiferencia del glamour de las clases magistrales, en el calor de las cámaras de televisión.
¿Algún día narraremos el regreso de nuestros muchachos a casa?
20/5/2023