*Por Osvaldo Jara
La Copa América se disputará en Brasil por decisión de la Conmebol y pese a la crisis sanitaria. Apoyos oprobiosos y resistencias insuficientes.
En las últimas horas se confirmó que Brasil será sede de una nueva edición de la Copa América. Con una vertiginosidad inusitada se confirmaron las fechas, horarios y estadios. La decisión se produjo en medio de un gran descontento del pueblo brasileño.
Los altos índices diarios de contagios y fallecidos por covid-19 son las razones que explican este contundente rechazo. Sin embargo, el presidente Jair Bolsonaro redobla su apuesta propandémica ofreciendo a su país para la competencia futbolística.
El certamen comenzará el 13 de junio, tal cual era la programación inicial. Se confirmaron como sedes Río de Janeiro, Brasilia, Goiania y Cuiabá, al tiempo que se anunciaron “estrictos” protocolos sanitarios. De esta manera, Brasil repite su condición anfitriona por segunda vez consecutiva ya que la organizó en 2019.
La Conmebol es la otra pieza clave que permite comprender el episodio. Sin atenuantes sorteó conflictos políticos, sociales y sanitarios, aún con la gravedad de los hechos. Se mantuvo inflexible ante los reiterados pedidos de postergaciones. Cuando la situación en Colombia se tornó insostenible le dio la responsabilidad exclusiva a nuestro país. Cuando el gobierno argentino desistió de organizarlo tuvo contacto con distintos interesados. Estuvieron en danza EE.UU., Chile, Paraguay, Venezuela.
Este hecho no se encuentra al margen de otros desatinos diseñados y ejecutado por la Conmebol. Los torneos sudamericanos interclubes se realizaron contra viento y marea, protagonizando capítulos bochornosos. Los múltiples casos de covid en los planteles evidenciaron la falta de empatía con los protagonistas del juego; el caso River no hizo otra cosa que subrayar este dislate. Obviando este y otro hechos el titular del ente sudamericano, Alejandro Domínguez, lidera un proceso que es acompañado por una estructura que obtiene los réditos económicos.
Sostenidos por estos socios invisibilizados la Conmebol funciona como una multinacional y opera con fueros de embajada. Por eso es capaz de negociar con los estados protocolos sanitarios o la aplicación de vacunas a los planteles y cuerpo técnico. Con respecto a este tema, se planteó que los seleccionados nacionales se vacunen con Sinovac cuando en algunos países no están autorizados por la autoridad competente.
Esta edición de la Copa América cuenta con el repudio generalizado de los pueblos de esta parte del planeta. Los países que desistieron de organizarlo viven una situación sanitaria complicada. En la región se registran alarmantes cifras; Brasil es uno de ellos, con colapso sanitario en algunas ciudades y casi 500.000 fallecidos. Pero no es el único inconveniente que se presenta.
En los últimos días el pueblo brasileño salió a la calles en repudio a las políticas económicas de Jair Bolsonaro. El desempleo y la pobreza crecen aceleradamente. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE) un tercio de la población no tiene trabajo o está subempleada. Mientras tanto, el mandatario afirma que no es responsable de esta situación.
El gran ausente
En abril de 1997 el Estadio Olímpico de Montjuïc de Barcelona fue el escenario del partido que disputaron Europa vs. Resto del Mundo. Se trataba de un pretexto para reafirmar la constitución del sindicato de futbolistas, liderado por Diego Armando Maradona. Junto a estrellas como Eric Cantona, Gianfranco Zola, Bebeto, Romario, Thomas Brolin y Hristo Stoichkov crearon un colectivo para la defensa de sus propios intereses. Entre sus principales demandas se encontraba organizar y diagramar todo lo concerniente a este deporte, desde las condiciones salariales hasta los horarios del partido.
La Asociación Internacional de Futbolistas Profesionales (AIFP) fue una brújula cuando el proceso de globalización completaba su última fase imperialista. La experiencia que duró unos años no pudo ser sostenida, las presiones a futbolistas impidieron fortalecer este proyecto gremial. Un par de décadas después este hecho se resignifica.
Esta Copa América no se encuentra al margen de críticas y objeciones de los protagonistas. El jugador argentino Sergio Agüero afirmó que si la situación en Brasil está complicada no se debe jugar.
En un mismo sentido, el uruguayo Edinson Cavani fue más contundente: “(Los futbolistas) no tenemos ni voz ni voto. Son cosas que deciden y determinan un grupo de personas… ¿Qué somos nosotros? ¿macacos que tenemos que seguir las órdenes? Hoy las situaciones no están para decir tranquilamente ‘esto se va hacer”. Estas expresiones revelan el descontento de algunos jugadores.
La Federación Internacional de Futbolistas Profesionales (FIFPro), que funciona actualmente, emitió un comunicado apoyando a los futbolistas que decidan no participar de la copa. Sin embargo, esta federación no tiene la rebeldía ni la consistencia de la gremial liderada por Diego Maradona. Resulta necesaria una organización capaz de plantarse con una expresión colectiva. Los dichos y actitudes de algunos jugadores de la región son elemento necesario para demandar. Sin embargo, hasta tanto no se constituyan como una fuerza conjunta será imposible oponer una resistencia real a las multinacionales deportivas
*Periodista. Autor de los libros Peronismo y Deporte I y II.
4/6/2021