Opinión

La cultura del pueblo como ética de la existencia

*Por Gustavo Ramírez

“Contra viento y marea, en este año tan difícil, el festival nunca pensó en discontinuarse o suspenderse. Nos adaptamos a las circunstancias, aunque nos hubiera gustado hacer más cosas y caminar por la hermosa ciudad de Mar del Plata”, declaró Fernando Juan Lima, actual Presidente del Festival Internacional de Cine de la Ciudad, otrora, Feliz.

La enunciación de Lima no es agraciada. Sobre todo si se tiene en cuenta que dicho festival dejó de lado, por segundo año consecutivo, la presentación del Documental Barcos de Papel, que habla de los hundimientos de buques pesqueros de dicha ciudad en el mar argentino. “Contra viento y marea” los funcionarios se dedican a exponer films internacionales y de la misma manera parecen no prestarle atención a lo que ocurre frente a sus narices.

Existe un pensamiento dominante, en las huestes progresista, donde la producción cultural es manifestada por la “gran cultural occidental” con patrones y contenidos predeterminados por la industria del entretenimiento, de espaldas al pueblo. No es curioso que esto ocurra en Mar del Plata, si se tiene en cuenta parte de su sociedad vive dándole la espalda al mar y a sus trabajadores.

Lo que promueven estas actividades nada tienen que ver con el acervo cultural de los pueblos. Por el contrario, casi siempre su mirada es mirada proyectada desde la valoración positiva del concepto “civilización” donde la clase trabajadora es lumpenizada y considerada parte de la barbarie que necesita culturizarse. Esta mirada ilustrada no hace más que reproducir e instrumentar lo desarrollado por la colonización pedagógica.

Barcos de Papel es un documental incómodo para esa ilustración, que solo quiere sostener su falso estatus intelectualoide. Es un film molesto para el establishment cerrado y monocromático porque su contenido interpela de manera cruda y realista a una sociedad que parece adormecida ante lo que le ocurre al otro. Seguramente es más cómodo premiar a una película extranjera que promueve debates generales, que entrar a indagar sobre una actividad desbaratada por muchos que pueden ser potenciales aportantes al sostén de festivales parecidos.

El documental exhibe el entramado que articula un sistema basado en un diseño de muerte y descarte, es políticamente incorrecto para ese público progresista que gusta darse corte de letrado al hablar de directores como Pasolini o Godard, aunque jamás hayan comprendido el mensaje de sus películas. Barcos de Papel fastidia porque es un documental filmado por un trabajador marítimo que nada tiene que ver con la industria del cine o la cultura del entretenimiento.

Es curioso, cuando asumió su cargo, Lima dijo “es un gran honor y una gran responsabilidad formar parte del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, un lugar de encuentro, libertad y diversidad; de relación con el cine del mundo. Es, debe ser, la plataforma de lanzamiento del cine argentino”. 

Dejar de lado un film que recibió 18 nominaciones en diversos festivales de cine y que obtuvo ocho premios internacionales no parece cumplir con ese discurso atildado y demagogo. Sobre todo porque las autoridades del festival de Mar del Plata no se tomaron la molestia siquiera de incorporarlo a la grilla de filmaciones para se analizadas.

En la exacerbación enunciativa Lima decía:  “Más cine, más igualdad, más diversidad son los desafíos de un festival que cumple 25 años de continuidad, un patrimonio de nuestra cultura y también, un faro de la cinefilia mundial”. 

Con anterioridad Jauretche describió a estos personajes con destacable y contundente apreciación política: “El amor por la humanidad, por la libertad, por la democracia, por la justica los exime del amor por el hombre, por la libertad, por la democracia, por la justicia del hombre concreto de carne y hueso que constituye el contenido humano del país. Así adscriben a todos los conflictos lejanos que en su principismo humanitario está en juego, en cuanto no pertenecen a la realidad inmediata y ello los libera de sus obligaciones con ésa”. 

No está permitido en la “gran cultura occidental” que un trabajador hable artísticamente sobre la tragedia que atravesó a sus compañeros. Esta es una afrenta para la comodidad progresista de aquellos que se asumen analistas estéticos de la cultura del momento en la medida que esta no los comprometa a desafiar al poder. Lo cual implica de vaciar de contenido al arte en sí mismo.

Lo que se pretende hacer, cuando se producen acontecimientos como estos, es barrer con la conciencia popular, con la historia, con la identidad del pueblo. Esta mirada solo puede ver la realidad contada por otros, por lo general agentes foráneos a la idiosincrasia popular. Es más, todo aquello que tenga que ver con esa palabra “popular” remite, para estos actores de la desculturización, a la barbarie, como ya lo hemos expresado y por ende debe ser invisibilizado o descartado.

Sostiene Jauretche “saber como fueron las cosas no implica olvidar que lo pasado pasó. Demanda simplemente plantear el problema para  que la desnaturalización no se repita sobre las bases reales de la Argentina  de hoy que son otras que las de ayer”. 

Lo que se repite de manera permanente por derecha y por izquierda es el desprecio a la clase trabajadora y al conocimiento y cultura del pueblo. Por el contrario, Barcos de Papel representa todo lo que el Festival de Cine de Mar del Plata no es. Su sensibilidad y el posicionamiento hace comunitario el dolor de los familiares de los tripulantes de las embarcaciones hundidas – el documental trasciende lo ocurrido con el pesquero Repunte y encarna el drama de miles de anónimos pescadores y sus familias abandonados por el Estado, por la sociedad y por la cultura – de lucha por justicia y de la organización social para ser escuchados.

Barcos de Papel es un documental sobre la vida, que es lo que representan los trabajadores del mar en este caso. Ningún arte puede trascender si no conoce en profundidad el logos del pueblo. El arte es la representación de la ontología cultural de un pueblo y menospreciar ese conocimiento es pretender soslayar la identidad de ese pueblo. Esto es lo que agredieron con intensidad los organizadores del Festival de Cine de Mar del Plata.

No se trata de participar en dicho Festival para ganar fama o reconocimiento personal, sino en dar a conocer lo que ocurre en nuestros mares, en manifestar de manera explícita  como el sistema modificó las relaciones de trabajo a tal punto que la vida de los tripulantes no valga siquiera una mención en un Festival de Cine.

Dice el Papa Francisco: “Para comprender un pueblo, comprender cuáles son los valores de ese pueblo, es preciso entrar en el espíritu, en el corazón, en el trabajo, en la historia y en el mito de su tradición”. Eso es lo que precisamente hace Barcos de Papel y se niega, de manera violenta, en el Festival de Cine de Mar del Plata con su exclusión.

La cultura del pueblo vive en su despliegue ontológico a lo largo de la historia. Films como Barcos de Papel representan, a su vez, un triunfo sobre el colonialismo cultural y un triunfo en esa batalla que muchos han reducido a los medios de comunicación. El Festival de Cine de Mar del Plata, sus agentes culturales, han quedado parados en la vereda del amo, con una sonrisa como mueca tonta de aquellos que han entregado su identidad en favor de una falsa representación.

 

 

16/11/2020

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