Por Redacción
El 4 de julio de 1976, los sacerdotes Alfredo Leaden, Pedro Dufau y Alfredo José Kelly, y los seminaristas Salvador Barbeito Doval y Emilio José Barletti, fueron asesinados por un grupo de tareas en la casa parroquial del barrio de Belgrano. El hecho, conocido como la Masacre de San Patricio, evidenció el accionar criminal de la dictadura cívico-militar contra religiosos comprometidos con los derechos humanos. A casi medio siglo, la comunidad palotina sigue su lucha en la búsqueda de justicia.
Este brutal ataque se inscribe en la lista de asesinatos de religiosos cometidos por el terrorismo de Estado, como los de los obispos de La Rioja, Enrique Angelelli, y de San Nicolás, Carlos Ponce de León; el padre Carlos Mugica y los sacerdotes “mártires de El Chamical”, todos ellos comprometidos con los sectores más pobres.
El crimen de San Patricio dejó al descubierto el accionar represivo de la dictadura cívico-militar, que no dudó en silenciar incluso a los religiosos que denunciaban las violaciones a los derechos humanos. En aquellos tiempos de represión y terrorismo de Estado, los ecos del postconcilio y las reformas impulsadas por Juan XXIII, así como los lineamientos de los obispos latinoamericanos en Medellín, persistían en los corazones de muchos miembros de la Iglesia que soñaban con un Evangelio comprometido con los pobres.
Una semana antes de la masacre, la congregación celebró una reunión para discutir su posición ante el terror estatal. En ese encuentro, Alfredo José Kelly expresó que no podía callarse y que continuaría con su compromiso con “los que estaban sufriendo”. Días antes de los asesinatos, el padre Kelly pronunció el “Sermón de las Cucarachas”, de este modo se denunció públicamente la represión y desaparición de personas. Sus palabras resonaron fuertemente en una iglesia concurrida por militares y personas influyentes.
En los días previos a la masacre, el sacerdote confió a sus allegados que circulaban escritos que lo vinculaban con grupos guerrilleros y expresó su convicción trágica: “Sé que hay gente que me quiere matar, pero si lo hacen se van a arrepentir”.
En la madrugada del 4 de julio, dos autos estacionados frente a la Iglesia de San Patricio llamaron la atención de los vecinos de la calle Estomba, en Belgrano. Julio Víctor Martínez, hijo de un militar, alertó a la Comisaría 37 sobre estos vehículos. Un móvil policial se trasladó al lugar y, tras un breve intercambio con los ocupantes de los autos, se retiró.
Una hora después, varios hombres armados salieron de los autos y entraron en la iglesia. Rolando Savino, un adolescente que oficiaba como organista, llegó temprano esa mañana y encontró los cuerpos de los religiosos ametrallados y alineados sobre una alfombra roja.
Los asesinos dejaron consignas en las paredes que evidenciaban la procedencia del ataque: “Por los camaradas dinamitados en Seguridad Federal. Venceremos. Viva la patria”; “Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes y son MSTM”. La primera consigna aludía a un atentado de Montoneros, mientras que la segunda refería al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.
Sobre el cuerpo de Barbeito Doval, los atacantes dejaron un dibujo de Mafalda, el personaje de Quino, con el bastón de un policía y la pregunta: “¿Este es el palito para abollar ideologías?”. Al día siguiente, el primer cuerpo de Ejército, bajo el mando del general Guillermo Suárez Mason, atribuyó el hecho a “elementos subversivos”.
La causa fue cerrada en 1977 sin determinar la autoría de la masacre. En 1984, con el regreso de la democracia, el fiscal Aníbal Ibarra solicitó el procesamiento de dos policías, pero la causa fue declarada prescripta en 1987. Hoy, la comunidad palotina de San Patricio impulsa la investigación del caso como delito de lesa humanidad en el juzgado federal de Daniel Rafecas.
4/7/2024