Opinión

¿Lo podés ver?

Por Gustavo Ramírez

En la pantalla, mueren hombre jóvenes,
los niños lloran
bajo los escombros de sus vidas”
David Gilmour, En Cualquier Lengua

 

Margaret Thatcher afirmó: “La sociedad no existe”. La negación es un argumento del gobierno de Milei para destruir todo. De cierto modo, la era digital lo sustenta. La irrealidad parece reflejarse contra los espejos de los buenos y malos tiempos. La verdad se desvanece y entonces, las falsas representaciones se erigen como tótems sagrados.

Milei no gobierna a través de las redes sociales. El terreno de lo virtual le permite desarrollar tácticas de distracción. El presidente y su gobierno se realizan en la violencia. No es casual que una de las personas encargadas de la ejecución represiva sea Patricia Bullrich. Como buen vampiro, donde huele sangre y negocios, encuentra un buen lugar para acampar. Su curriculum la avala. Su incoherencia partidaria se refuerza con su coherencia de servidumbre a la corona. La violencia le sienta bien.

La negación es el argumento que sustenta a las Bestias. La utilización sistémica de las redes sociales consolida la expansión del relato dominante. La ocupación del no lugar (¿un oxímoron?) de lo virtual, permite abordar una realidad sin sustento ontológico, donde la llanura cognitiva es el ámbito donde pastan con tranquilidad los arquitectos de la guerra cognitiva.

En la negación no hay posibilidad de remediar la destrucción. Por eso no inquieta que los datos reales desmientan a Milei y confirmen que los jubilados perdieron más de un 26 % de sus haberes producto del ajuste. Tampoco parece preocupar el “derrumbe histórico” de la industria en un 20,4 % durante el mes de junio, ni que la producción haya perdido 33.983 puestos de trabajo en lo que va del año.

“Le ganamos a la inflación. Los jubilados recuperaron poder adquisitivo en dólares. Voló el poder adquisitivo de los jubilados”, declaró en una entrevista, con su Rata favorita, el presidente. La violencia trasciende en la exageración narrativa. La sobreactuación no es producto de la locura; es el andamiaje de la semi-colonia: la guerra por otros medios.

“La historia es para tontos”. La inmediatez de lo digital permite que el algoritmo conduzca el proceso. El grado cero de la historia sostiene el encubrimiento de la destrucción. Milei busca el jardín del Edén con los corredores de Wall Street y se encarna como centralidad del relato para cuidar la imagen de sus amos. Es un buen salvaje. Pero no es inocente, claro está. Sus gestos evidencian que siente un placer hedonista en la destrucción.

Si no hay historia, no hay conocimiento posible; si no hay conocimiento, no hay identidad. La pérdida del valor nacional no se inscribe solo en esta etapa, es un proceso que se madura desde el Golpe del 76. La inmediatez de lo digital permite que el algoritmo conduzca el proceso. El grado cero de la historia sostiene el encubrimiento de la destrucción.

Lo curioso resulta ser el hecho de que ir por todo no es un acto revolucionario. Es la repetición de la historia que él mismo niega. Las máscaras mediáticas montan el escenario del juego. Legitiman la normativa de la destrucción. Lo mismo hacen los políticos que atrofian la acción táctica en nombre de un pragmatismo tan vacío como virtual. Encandilados con las luces del centro, encubren la traición en nombre de objetivos superiores.

Los narcóticos discursivos adolecen de terminales nerviosas que posibiliten despabilar al electorado, decidido a aguantar el dolor de haberse pegado un tiro en el pie. La indolencia de la democracia liberal entró en las venas de un segmento de la población, infectándola con el virus de la anomia.

Nadie va a correr a ver el lado oscuro de la luna en una noche limpia. Esperan que alguien más se lo muestre. El triunfo del proyecto pedagógico oligárquico se asentó plácidamente en la cabeza de una sociedad que se fue rompiendo año tras año desde 1976 hasta la fecha. No es una cultura zombi. Es el veneno de la indiferencia, producto de la pérdida de la conciencia social. La colonización se impuso a sangre y fuerza, sobre todo porque los años progresistas abonaron el terreno del abandono sistematizado.

La vocación del empresario del Yo no determinó el fin de la pobreza. La sostuvo e incrementó. El precariato se instaló en nuestras heladeras y panzas con dedicación y paciencia, mientras se confundía Justicia Social con los centros comerciales llenos. No hubo alerta alguna. La maquinaria parecía sostenerse a pesar del desequilibrio entre capital y trabajo. La mirada siempre estuvo puesta en el centro. El tema fue cuando decidimos mirar hacia Camino de Cintura y Crovara.

Un día es el primero y el último. El futuro está demasiado lejos. Es difícil hacer pie en el presente, aun cuando estemos acostumbrados a hacer equilibrio. En esta realidad apestosa, la canción no suena tan afinada. Hiede. En este espacio, las formas se condensan en los mismos rostros: pibes jóvenes que piden una moneda en las esquinas. Los condenados a la miseria. La verdad analógica no resiste a ninguna droga.

Está ahí, en el suelo. Milei la patea día a día. ¿Lo pueden ver? Indigno. Patológico. Violento. Le pega a los más viejos, a los más jóvenes, a eso que una vez alguien llamó clase media, a los trabajadores, a los empresarios del mercado interno, a los enfermos, a los moribundos. El presidente, al adherir al mandato thatcherista que niega la existencia de la sociedad, rompe el pacto social liberal e instala la dictadura del capital.

Nadie reclama que los niños vuelvan a casa. El proceso natural, evolutivo, es que crezcan en medio de una sociedad dañada y sin conciencia de comunidad. Normalización de la ruptura, naturalización de la violencia y romantización de la pobreza. La moral liberal, virgen y cristalina. ¿Lo podés ver? La mendicidad de la vida digna. El fanatismo por el pueblo se trastocó en devoción por el consumo. La droga de la violencia.

¿Y ahora qué? La peste está empezando a desnudar los cadáveres sociales entre nosotros. Sin embargo, el silencio político es tan grave que suena estridente en el vacío real y concreto. Mientras, las Bestias siguen encadenadas a sus computadoras. Esclavos del algoritmo. Resignación importada o mercantilización de la angustia. Lo cierto es que en algún momento, alguien arrojará la primera piedra, entonces el tiempo volverá a correr. ¿Más violencia? ¿Acaso parece terminar con otro final este relato? Se preguntarán los electores de su propia extinción: ¿Qué hemos hecho?

El dato: “Las condiciones objetivas que hacen a la conducción superior implican que nadie puede gobernar sin el apoyo del pueblo, ni en Argentina ni en ningún otro país. Significa también que el proyecto final es del pueblo y no de determinados gobiernos, ni de minorías intelectuales”. (Perón).

En el Planeta de los Simios, las Bestias no tienen conciencia más allá de lo virtual. Creen en su relato. En sus monerías. El juego es peligroso. Pegar en el piso. Sostener la pistola apuntando a la sien. El reloj corre. El lado oscuro de la luna se hace visible. ¿Lo podés ver?

 

3/9/2024

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