Opinión

Uno de estos días

I

Es un día gris, templado, de semana. El invierno está indeciso en pleno junio. Morrisey canta interpreta una vieja canción de Tim Hardy, Lenny’s Tune.  Un tema dramático que el interminable Moz lleva a otro plano. Su voz está mucho más cromática y su espíritu algo menos caótico:

“He perdido un amigo
Y no sé porque
Pero nunca mas
nos juntaremos para morir”

En algún instante la política se convierte en un juego de lágrimas. Si las calles hablaran ¿Qué dirían de nuestra Generación y de la siguiente y de la siguiente? Muchos amigos se pierden día tras día. Son un símbolo del diseño de muerte que los descarta en el basurero de la historia.

Hay sueños donde una serpiente se muerde la cola. Se traga a sí misma mientras un hombre ciego recita fragmentos de Aullido:

“Quienes rompieron a llorar en blancos gimnasios desnudos y temblorosos frente a la maquinaria de otros esqueletos / Quienes mordieron detectives en el cuello y chillaron con placer en autos policiales por no cometer un crimen salvo su propia pederastia salvaje y su intoxicación / Quienes se sentaron en cajas respirando en la oscuridad bajo el puente, y se levantaron para construir arpas en sus desvanes”.

Pero el sueño se esfuma cuando la imagen del Ginsberg se diluye frente a nuestros propios Vagabundos del Darma. Muchos más desolados, frágiles, controlables en una estadística. Sentados en la entrada del Subte con las miradas heridas. “Don, tiene algo para comer, que Dios lo bendiga”.

Es un día largo. Se extiende por las calles de los mártires anónimos. Desde diciembre del 2015 los barrios se inundaron de fantasmas desconocidos que arrastran las cadenas de la miseria del mundo. Pero muchos los ignoraron. Esperaron la lluvia purificadora. Pero ella no llegó, el cielo solo se oscureció de nubes y permaneció así.

Los efectos desbastadores de la adicción neoliberal se pueden ver en cada cuadra. De la misma manera que se puede apreciar el desprecio de algunos transeúntes hacia la pobreza. Un desdén que viaja en el tiempo cargado de avaricia social. Insensibles y miserables, los espectros del neoliberalismo dan vuelta la cara. Son sus propios amos y no se pueden dar el lujo de bajar de su pedestal narcisista.

 

 

II

 

Tic, tac, tic, tac.

La bomba de tiempo hace tiempo fue activada. ¿Ya hemos pasado por este Chernobyl?

En marzo de este año hubo 30.700 empleos registrados menos que durante el mes de febrero. Durante el primer trimestre de 2019 totalizan 86 mil puestos perdidos. La ruta de la destrucción M suma 268.400 puestos de trabajo hechos añicos en un año, según dan cuentan los datos de la Secretaría de Trabajo.

La máquina de depredación social no se detiene: En la Argentina actual la pobreza infantil alcanzó cifras críticas, el 51,7 % de niños y adolescentes son pobres. De dicho porcentaje un 29,3 % padece déficit alimentario, un 13 % sufrió hambre, según un nuevo informe del Barómetro de deuda Social de la Infancia de la UCA.

En nuestro país, donde los únicos privilegiados son los bancos, el 10,2 % de los pibes son indigentes. El informe de la UCA detalló que:

“En términos regionales se verifica que mientras en CABA sólo 30,2% de los niños/as tienen al menos una privación, tal proporción asciende a 74,8% en el Conurbano Bonaerense y a 61,4% en las grandes áreas metropolitanas del interior”.

La injusticia social se puede conmensurar en porcentajes, pero alcanza con mirarse los bolsillos propios. ¿Cómo sobrevive usted? ¿Sabe qué camina sobre un lecho de minas personales que en cualquier momento puede estallar? ¿Dónde va a estar usted cuándo este nuevo Chernobyl vuele en pedazos? ¿Mirando a Majul, a Feinman o a Lanata? ¿Sentirá la carne bajo su piel mientras la lluvia ácida, que no será de inversiones, carcoma su sensibilidad? ¿Correrá a buscar refugio en un bunker nuclear que anida en alguna caja fuerte de un banco? ¿Esperará que Patricia Bullrich termine su copa y llame a los marines? ¿Dónde mierda va a estar usted?

 

III

Una diferencia. En el Capítulo III de la Constitución de 1949, uno de los derechos fundamentales para los trabajadores era el Derecho al Bienestar:

“El derecho de los trabajadores al bienestar, suya expresión mínima se concentra en la posibilidad de disponer de vivienda, indumentaria y alimentación adecuadas, de satisfacer sin angustias sus necesidades y las de descansar libres de preocupaciones y gozar mesuradamente de expansiones espirituales y materiales, impone la necesidad social de elevar el nivel de vida y de trabajo con los recursos directos e indirectos que permita el desenvolvimiento económico”.

Hoy, aun hay quienes discuten el “derecho a circular” como materia de esencia de la cuestión social.

El día avanza. No llovió y el frío no es más que una quimera. La vida es eso que ocurre en el tiempo, se me ocurre. Buenos Aires es una ciudad con doble cara donde los turistas muestran esa sonrisa pálida y cadavérica, ante miles de los nuestros que hurgan en la basura para ver si encuentran una miga del derrame.

No. No es la grieta. Esa perspectiva es una elocuente máscara para evitar tener que discutir las tensiones sociales que se manifiestan en las calles. El hambre no es producto de esa fantasía narrativa. El hambre de los pibes duele.

¿Cómo se puede ser indiferente ante semejante crueldad? El neoliberalismo es miserablemente insensible a la problemática social. El neoliberalismo es un Chocobar que mata a nuestros pibes a sangre fría y por la espalda. Es la manera que tiene este gobierno de erradicar la pobreza: Matando pobres.

Me pregunto cuanta gente sabrá que el diseño de muerte planificado por Cambiemos llevó a muchos trabajadores al suicidio. Como fue el caso de un hombre de mediana edad que se suicidó en Agroindustria, dónde solo se escuchó la furia ahogada de las lágrimas de sus compañeros y compañeras dar contra el piso frío del desierto estatal.

Para el gobierno que los pobres vivan bien es una ficción. Mi abuelo diría, “que hijos de puta son estos tipos”. No. No es la grieta. Son esto. Ellos son esto. El hambre, la miseria, la desolación, el abandono, la muerte. Y es real. Y es extraño que no podamos dimensionarlo.

Volvemos al principio. ¿Nos damos cuenta de que cada chico que sufre hambre es un amigo que perdemos sin saber por qué? No es una pregunta sentimental. Es un pinchazo de morfina que entra en nuestras venas y nos envenena al tiempo que nos insensibiliza.
El silencio que muchos oyen es la voz de la indiferencia de tantos que le dan vuelta la cara a los pobres, que creen que la humildad es un virus que los puede contagiar y arrancarlos de su zona de confort. Los empresarios del Yo que se miran al espejo y tienen un orgasmo intelectual, mientras se vacían a sí mismos cuando tocan el botón del baño, donde se va parte de ellos.

Cae la tarde y vuelvo a escuchar el nuevo disco de Morrisey.  Sobrevivimos como podemos, pero no estamos rendidos. Ni de rodillas.

“Y niño estas lágrimas brillan
Mientras tus amigos dicen: “Te lo dije”.
Pero sé que es difícil escuchar
A las personas hablar de lo que no saben.
He perdido a un amigo y no sé por qué.
Pero nunca más nos juntaremos para morir”.

No. No es la grieta, es la violencia de un modelo que pretende llevarse todo. Aun nos queda la música de nuestra propia bronca. Uno de estos días el viento soplará, las lágrimas se secarán y las calles harán tronar el escarmiento, pienso.

 

 

*Director Periodístico de AGN Prensa Sindical

Subir