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Represión e inoperancia

Por Redacción

El pueblo tiene sus rituales para despedir a sus ídolos o mártires, según se los quiera mirar. En tanto, el campo político, distante de estas perspectivas busca racionalizar cuestiones que hacen a la religiosidad popular de espaldas al pueblo. El funeral de Maradona quizá fue un ejemplo claro de la distancia que separa la condición plebeya del pueblo de sus gobernantes, que por momentos se pierden en un burbuja de autoproclamación.

El clima que se vivió en Plaza de Mayo acuñó desde la noche anterior un sin número de sentimientos encontrados. La tristeza se generalizó e inundó las calles, luego del shock de la noticia y a medida que se fueron dando a conocer los detalles del velatorio, aquellos que se acercaron a las inmediaciones de la Casa Rosada fueron imprimiéndole otra dinámica a los acontecimientos. La tristeza mutó en homenaje y el homenaje en celebración. Una celebración expuesta en ritual popular: Maradona representaba la alegría del pueblo y éste así lo quiso despedir.

Es cierto que no había medida posible que pudiera conmensurar cuantas gentes se iban a movilizar para despedir a Diego. Pero lo cierto es que o serían pocas. Lo cual implicaba la necesidad de prever una organización a la altura de los acontecimientos. Esto, de alguna manera, excedía los necesarios y atendibles deseos de la familia. El Estado tenía que ponerse al frente de la organización para proteger al pueblo movilizado, a la familia dolida y la memoria de Maradona.

Ello no ocurrió. Coherente con su permanente idea de quedar bien con todos el Gobierno Nacional descuidó su rol y dejó que el velatorio se dispusiera tal cual es deseo familiar. Respetable por cierto, pero que no se condice con la realidad, dado que nadie puede desconocer el amor que el pueblo le profesa a Maradona. Lo que fue obvio para casi todos no lo fue para el Ejecutivo.

El vallado dispuesto, que de cierta manera ordenaba la fila de personas que deseaban entrar a la Casa Rosada para despedir a Maradona, se dispuso tan solo por unas pocas cuadras sobre Avenida de Mayo. Aun así el público se mantuvo en orden y paciente, sin salirse de la línea de la fila. No obstante, ya sobre la 9 de Julio, la cola se hizo interminable, sin que la misma fuera asistida por la organización.

Sin organización de por medio se dejó en manos de la policía de la Ciudad el orden y allí comenzó el desmadre. La única respuesta que la policía de Larreta tiene en resolución de conflictos es la violencia. Sobre todo cuando se trata de movilizaciones masivas populares. Una fuerza desprofesionalizada e incapaz, inútil e improvisada no puede quedar al margen del manejo de una situación como la que ayer se vivió en el centro porteño.

Un cordón policial de dos filas se interpuso entre quienes hacían cola desde Avenida de Mayo y Avenida 9 de Julio y quienes marchaban por la avenida más ancha del mundo. Ese cordón alteró los estados de ánimos en general porque fue percibido como una respuesta violenta a una situación extraordinaria. La falta de tino y de lectura política en la calle dinamitó el desborde que estaba latente. Aun así nuestro medio corroboró como agentes de la policía de la Ciudad, vestidos con el tradicional chaleco celeste, sin identificación y sin control alguno, comenzaron a provocar a los manifestantes.

Una vez más la 9 de Julio se convirtió en el escenario de la barbarie policial que comenzó una represión sangrienta y bárbara que denotó el odio que esta fuerza tiene contra los sectores populares. Hubo heridos de balas de goma y gente golpeada por la actitud cobarde de quienes necesitan un uniforme azul para sentirse impunes. La reacción popular no se hizo esperar y la tristeza se transformó en bronca.

Sin capacidad de acción y sin conducción desde el gobierno nacional atinaron a reclamar que el gobierno de Larreta cese con al represión. Varios funcionarios lo hicieron público en redes sociales. El Ministerio de Seguridad, que lidera Sabrina Frederic, se mostró ausente e ineficiente para asumir el control en la cadena de mando y subordinar a las fuerzas represivas del inoperante y patológicamente  violento Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Desde la calle dio la impresión que todos vieron este funeral como un problema al que había que sacarse rápido de encima.

Como corolario, el cortejo fúnebre fue colmado de fuerzas de seguridad. Una imagen que puede ser obvia para muchos, pero que negó el deseo del pueblo de acompañar, en su despedida terrenal, a su ídolo. Los mayores responsables de la organización, los gobiernos de la Ciudad y el Nacional, le dieron la espalda al pueblo y jugaron un juego perverso y mezquino que terminó, una vez más, con gente lastimada y con agentes policiales que no pagarán por sus actos criminales.

El pueblo en calle fue ejemplo de civilidad, esa civilidad que reclaman aquellos que por derecha e izquierda, son complacientes con el liberalismo. Si se mira con mayor profundidad se podrá descubrir que ambos gobiernos se sienten incómodos con el pueblo en la calle. Rechazan esa identidad plebeya en la cultura popular y lo pretenden contrarrestar con violencia.

Desnaturalizar un acto masivo como el de este jueves no pude ser visto como un acontecimiento del orden. Por el contrario, debe ser leído como la incapacidad del Estado para asumir un rol protagónico en la organización de un evento histórico junto a su pueblo. Asimismo val preguntarse ¿hasta cuándo todos y cada uno de  nosotros debemos aguantar sin que trone el escarmiento, la violencia de Larreta y la esquizofrenia de su policía?. No se puede buscar consensos con el enemigo, que ante cualquier situación extrema lo único que brinda son palos y balas para el pueblo.

Maradona, su pueblo, su familia y la memoria colectiva, se merecían algo mejor que un discurso políticamente correcto que no tuvo correlato en la calle. Todo lo que se podía hacer mal se hizo mal. Esto solo le sumó tristeza a la tristeza y más bronca a la bronca.

 

 

27/11/2020

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