Opinión

Que la nueva normalidad no sea la vieja normalidad

Por Gustavo Ramírez

Hay un discurso, seductor para cierto sector de la clase media e impropio para los pobres y trabajadores, que suele equiparar a todos los estamentos sociales y ponerlos al mismo nivel de “sufrimiento” de la crisis. Esta estrategia de no confrontar con los dueños del capital, por parte del gobierno, habilitó, de cierta manera, que la especulación económica gane terreno en diversos ámbitos laborales y que los platos rotos los paguen los trabajadores.

El mito discursivo nos tiene hacer creer, por medio del sentido común, que efectivamente  un segmento importante de empresarios , tanto pymes como medianos y grandes, son víctimas de la circunstancias y  estos empresarios, que vivieron toda su vida de la teta del Estado, entienden que ello es una carta blanca para avanzar sobre derechos laborales. De tal manera  que presionan a sus trabajadores y trabajadoras, para generar una falsa empatía y así psicopatear a los empleados.

Narraciones que no se ajustan a la realidad impactan sobre los trabajadores: “Hacemos un gran sacrificios para pagarles el sueldo”, “todos tenemos que hacer un esfuerzo”, “son momentos críticos y nosotros nos sacrificamos para que ustedes puedan cobrar en cuotas”, “tienen que trabajar más y mejor, necesitamos facturar”. Son latiguillos que una gran porción de laburantes tiene que aguantar cuando llega fin de mes. Sin embargo, en las cuentas de estas empresas no entra en consideración la humanidad del que trabaja para llevar el pan a la mesa.

Muchas veces el miedo a perder el trabajo enajena al hombre y a la mujer que trabaja. Esta forma de sometimiento no es nueva pero se ha puesto en práctica con más profundidad en estos meses. Tiene que quedar en claro que frente a su empleador, en tiempos de crisis, los trabajadores se descapitalizan y ante la presión agudizan la precarización. Pero bajo esta presión no son ellos los productores de su realidad, esta ha escapado de sus manos, en la medida que su sustento depende de la actitud despótica del patrón.

La igualación discursiva reafirma el predominio del patrón sobre el empleado. En tal sentido Alberto Fernández se equivoca feo cuando borra de un plumazo las asimetrías sociales que hoy imperan en el universo laboral. ¿Es lo mismo un empresario que facturó, durante el mes de junio, más de una millón de pesos y le dice a sus trabajadores que va a pagar el aguinaldo en cuotas y fuera de término, qué un trabajador en negro que se ve obligado a aceptar esa decisión unilateral?

Aun así gran parte del pueblo trabajador mantiene su confianza en el actual gobierno, entonces ¿por qué no se lo interpela y se lo protege desde la discursividad gubernamental? ¿Es consciente el Presidente qué las relaciones de fuerza están a su favor? ¿Por qué se le teme al poder cuando el gobierno es el poder? ¿Será una tara progresista?

Por momentos parece que la mirada está permanentemente puesta sobre la actitud de la clase media porteña. ¿Qué hemos aprendido, desde esa perspectiva, sobre lo que nos anuncia la historia?. Es precisamente el comerciante pyme porteño el que juega a la doble moral. Por un lado llora miseria, mientras que gana en pesos y sale corriendo a la cueva a comprar  dólares para capitalizarse en moneda extranjera, y reclama ayuda del Estado. Centrado en su egoísmo este comerciante presiona a sus trabajadores con amenazas veladas de suspensión o despidos, al tiempo que paga salarios en negro y por debajo de la canasta alimentaria. A su vez exclama exaltado que él no tienen porque tocar sus ahorros para pagar salarios o aguinaldo. Esa rueda macabra, alimentada por discursos compasivos de unidad, demuestran quienes son los verdaderos parásitos en este país.

Más allá de la opinión personal, cabe preguntarse a qué juega el Ministerio de Trabajo, porqué se le está escapando la tortuga. Es más, ¿por qué siguen, en dicha cartera, operando funcionarios del gobierno macrista que fueron los promotores de esta situación, agudizada hoy por la pandemia de COVID-19? Trabajo parece estar lento de reflejos ante determinados conflictos y situaciones que se dan por debajo de la superficie.

En 1971 el Padre Carlos Mujica expresó casi proféticamente: “Si cualquier domingo se clausuraran todos los cines, todas las canchas de fútbol, todos los hipódromos y todos los televisores, el noventa por ciento de los porteños estaría neurotizado porque tendrían que encontrarse consigo mismo. Y para la mayoría de las personas, encontrarse consigo mismo es experimentar el vacío”. 

Ese patrón que se considera el ombligo de la realidad nacional, que le exige al trabajador flexibilizar su trabajo, que putea contra el Estado pero a su vez le reclama al Estado que lo ayude en las malas, ese productor de desigualdad social, vive permanentemente en el vacío, aunque no le importe. Pero lejos de la apreciación filosófica la determinación tiene que ser política, porque este empresariado no aporta nada positivo a la sociedad. No desea vivir en comunidad. Solo quiere abrazarse, al caer la tarde a su cuenta bancaria.

Es necesario que el Gobierno Nacional comprenda que no alcanza con discursos atildados que reflejan más la infantilización de la realidad que a la realidad misma. Hoy los que más sufren son aquellos que vienen sufriendo desde hace cuatros años, los que salieron a la calle a defender conquistas sociales y fueron reprimidos con extrema violencia, mientras muchos que hoy son parte del gobierno, jugaban a la mancha con la rosca política.

La nueva normalidad no puede ser la vieja normalidad. Esta pandemia demostró, una vez más, que los sectores que históricamente perjudicaron a los trabajadores y al país no tienen ningún prurito ético para volver a hacerlo. Ganan la escena y manejan la agenda, mientras avanzan contra los derechos laborales. Eso en la Argentina que se viene, en la que necesitamos, no puede ser naturalizado.

El Movimiento de Trabajadores está mostrando el camino, tal vez la mirada tenga que apuntar hacia allí. Escuchar a los pobres y hacer con los pobres como premisa de gobierno para que la verdadera normalidad  sea la producción, la tierra, el techo y el trabajo.

*Director Periodístico de AGN Prensa Sindical

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