Pensamiento Nacional

Nosotros, la caridad política

“En este mundo peligroso tenemos que estar juntos”
El Mató a un Policía Motorizado

 

¿Y si esto ya lo vivimos? Las analogías, las paradojas, la conjura de los necios. Hay algo más. La historia nos recuerda que siempre hay algo más. El fantasma del desaliento motiva a boicotear lo propio desde una perspectiva que ralentiza la inercia que empuja hacia adelante como un signo inexorable del devenir. El problema es lo que queda en el camino. Durante el mientras tanto, los presupuestos ganan terreno y evocan al punzante desatino de la degradación social como único presente posible.

Lo primero que alcanza el operativo de la colonización cultural es el alma desarmada del individuo. Denota su fragilidad al mismo tiempo que lo disfraza con harapos ideológicos que lo denigran como persona y lo reducen a sujeto. Le carga una mochila y lo convence de que el peso que tiene que cargar es su propia responsabilidad, de nadie más. La narrativa política converge con desprendimiento de toda identidad propia y el relato se sumerge en una otredad impropia que elimina todo pasado real en nombre de un artificial futuro posible.

Sin embargo, la raíz está ahí como un orden natural que, a pesar de todo, se muestra inalterable. No se trata de un golpe de suerte, sino de la propia fuerza con la que se manifiesta la historia. El caos no es el imperativo de la normalidad. La anomalía es el régimen que violenta las condiciones materiales y espirituales de una población estancada ante la falta de su propio reconocimiento. El deterioro de los lazos sociales corrompe la consciencia nacional y, sin ella, el conjunto de la comunidad pierde noción de que ella es imprescindible para alcanzar la liberación.

Hay cuestiones que la colonia no puede manejar. Los emergentes culturales que muchas veces se expresan en manifestaciones artísticas subvierten el orden de los sentidos y resignifican los valores nacionales desde consideraciones simples. La historia también se expande a través de elementos simbólicos que, al surgir del fondo de la memoria, recrean el vasto legado del sentido nacional. No siempre estos actos o gestos pueden ser comprendidos desde lo meramente político o ideológico. Lo nacional existe siendo y, por ello, es inevitable que en determinados procesos sociales resurjan con más potencia que antaño.

La irrupción del Eternauta como narrativa de lo propio en un universo posible rompe con el predominio de la creación por fuera del espacio, mentada por las producciones anglo-europeas, que destituyen al pensamiento nacional en tanto pretenden insectificar a la comunidad. No es casual que, en esta primera temporada, el relato esté condicionado por la interrogación y la incertidumbre. Es la impronta del momento. Sin embargo, si se sale de la lectura lineal, la narración ubica a los protagonistas y los espectadores en la línea francisquista, donde el tiempo es superior al espacio.

La serie es también un proceso: creativo, narrativo, cultural y social. Se construye en la medida en que su efecto impacta tanto en la cartelera como en la consciencia popular. Lo que genera tanto la estética como la construcción narrativa no es el despertar del ímpetu del héroe colectivo, sino más bien, el reconocimiento del otro en lo propio, en eso que es nuestro, que nos viene desde la historia y que nos reconoce en ella no como “cascarudos” y sí como argentinos.

Lo curioso de la versión de Bruno Stagnaro, Martín Oesterheld y Ariel Staltari radica en el hecho de que no hay un solo protagonista, al menos no en el sentido formal. A medida que la historia avanza, los personajes se develan en relación a los otros, en una solidaridad comunitaria. No es casual, entonces, que en este sentido, la escena más significativa sea la de la Iglesia: cuando se crea una ofensiva comunitaria contra los invasores.

Una monja, un combatiente de Malvinas, hombres y mujeres de la calle, se sacrifican para salvar a otros. Ese acto de fe popular es al mismo tiempo revolucionario ante el civilizado “sálvese quién pueda” del relato libertario-liberal. El peso de las imágenes se potencia con la banda de sonido cuando la voz de Mercedes Sosa irrumpe para iluminar el sombrío ambiente de la ofensiva enemiga a través del Credo de nuestra Misa Criolla. No es el héroe colectivo, es la comunidad, es la Patria.

En Fratelli Tutti, Francisco explica que “en estos momentos donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos hace bien apelar a la solidez que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás”.

Tanto en la serie El Eternauta como en la realidad histórica, quienes han asumido esa responsabilidad fueron los pobres. Este signo identitario podemos rastrearlo en el Martín Fierro, tanto como en el 17 de Octubre. Pero también estuvo en Malvinas y durante la pandemia. La unidad es superior al conflicto, la organización vence al tiempo y el tiempo es superior al espacio. Lo que parecen frases sueltas son en realidad hechos que se plasman cotidianamente en acciones concretas que hacen a la noción de pueblo y comunidad.

El problema es que no parece haber una consciencia real de todo ello, así como no se tiene presente que los verdaderos hacedores del país son los trabajadores y los más humildes. No nos escuchamos y tampoco oímos a la historia. Lo que vemos en la serie, lo que nos dice Francisco, está entre nosotros como acto y no como ficción o abstracción. Somos siendo.

Parafraseando a Rodolfo Kusch, la imposición parece ser lo que terminamos creyendo de la historia. La “cultura urbana” liberal se apropia de los sentidos y conforma una necesidad que se aplica a la medida de los condicionamientos materiales. Al mismo tiempo, los “sectores” progresistas liberales promueven el sobregiro ideológico para dejar todo asentado en el reduccionismo de la interpretación sin medir que siempre hay algo más. El saber popular resignifica el sentido de lo cultural en un hacer que es mucho más amplio que la mirada sociológica o economicista.

La desvalorización de estos procesos obedece a la subordinación cultural impuesta por el régimen, donde se emparenta lo inculto (ilustrado, titulado) con el pueblo y a éste con la barbarie. El colonizador impone el “miedo a ser nosotros mismos”. La apariencia de civilidad, asumida en la franquicia ideológica de la dependencia, nos insectifica y así reproducimos aquello que nos es ajeno y, al mismo tiempo, nos “domestica”.

La cultura de lo importado está estructurada a través del “relato histórico universal”. Lo argentino, lo hispanoamericano, es en todo sentido y en todo momento, sinónimo de barbarie. Lo norteamericano-sajón, lo europeo, es civilidad. Así, nos enseñan a desvalorizar lo propio en la medida que se lo relaciona con lo inculto, se lo deslocaliza y se lo tergiversa históricamente.

Nada de esto es nuevo. Tampoco es moderno. Solo se yergue ante nosotros como patrimonio universal de la dominación. La manifestación mítica de raíz popular, mestiza, nacional, confronta abiertamente con esta falaz argumentación. Si se pretende dar la “batalla cultural”, lo primero que se hace necesario es descolonizar la conciencia social. Es necesario recuperar la escucha y la mirada de la Argentina profunda.

El camino de la liberación nacional no está en el mero andar de la fraseología, está en la memoria del saber popular, en el pensar lo nuestro desde la periferia nacional. No es un pensamiento fácil y no es un saber académico. Se trata de recuperar el valor de la consciencia nacional. Para ello es también necesario y trascendente recuperar “la caridad política”. Algo de ello se expresa en la serie El Eternauta.

Aun así, mucho está resignificado en el valor de la Palabra, en el Verbo de Francisco: “Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad individualista: ‘La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no solo individualmente, sino también en la dimensión social que las une’. Cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona. Pueblo y persona son términos correlativos”.

“Lo viejo funciona”

 

 

 

 

 

10/5/2025

 

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