Opinión

No era con Woodstock, era con Perón

Por Gustavo Ramírez

“La libertad se pudre desplumada en la lengua
de quienes son sus siervos más que sus poseedores”, Miguel Hernández

Correr detrás de frases hechas no aligera la carga que representa el peso de la derrota. Es necesario comprender la dimensión de lo ocurrido en su punto justo para avanzar y enmendar lo que se hizo mal y realizar lo que no se concretó. Puede ser cierto que la pandemia obligó al oficialismo a atajar penales, tan cierto como que muchas pelotas fueron al fondo de la red.

En casi dos años el Ejecutivo no logró articular un modelo económico de proyección nacional, la pandemia agudizó las dificultades de transformaciones estructurales que por otro lado la Administración de Alberto Fernández jamás intentó impulsar. Su estilo, semejante al de Alfonsín, lo disparó hacia el centro cuando gran parte de su electorado confió pedía acelerar el avance contra los factores de poder exógenos al campo popular.

No era con Woodstock, la guitarra o los paseos de Dylan. Al final era con las veinte verdades peronistas. Después del triunfo electoral del 2019 la expectativa, la ansiedad y las nostalgia setentista ganaron la agenda sin mediar que este sería un gobierno que tendría que lidiar con una crisis profunda, social, política y económica.

Puede que la pandemia haya trastocado los planes iniciales del Gobierno, pero la elección fue la mismas: Referenciarse en Laclau ideológicamente y en Sitglitz como factótum económico. Es decir se buscaron soluciones extranjeras a problemas nacionales. En el medio, sin mandato alguno, Alberto decidió consensuar con el enemigo el gobierno de la pandemia. Su referencia entonces fue la colonia y la estructura liberal para diagramar una solución utópica desde el buenismo ideológico, sin reparar en la política ni en el territorio.

Alberto no se situó en ningún momento. Eligió establecer una alianza de corto aliento con parte del empresariado del establishment como estrategia para debilitar al macrismo. Olvidó que esos personajes carecen de sensibilidad social y que no creen en la fidelidad si no da ganancias. En todo este tiempo, el Presidente trató dentro de lo posible de gobernar con comodidad, más allá de lo que implicó la pandemia, claro está. En ningún momento representó un peligro o una molestia para el capital financiero y sus agentes. ¿Fue inocente?

No hay inocentes en política, mucho menos ingenuos. Fernández se empacó en responder a la opinión pública desde la retórica unitaria del porteñismo culto, en ese espectro consideró a la clase trabajadora como subalterna, entonces lo acuerdos con las organizaciones sindicales fueron más de coyuntura que de fondo. Su agenda económica no se desprendió ni un centímetro del FMI, hasta esbozó un discurso donde nos quiso mostrar que el Organismo internacional había sido humanizado por la pandemia. Al mismo tiempo el Papa Francisco profundizaba su crítica contra estos estamentos dada la profunda injusticia social que se evidenció durante al crisis sanitaria.

En ese marco, Alberto le pidió más sacrificio a la clase trabajadora, con trabajadores ya empobrecidos. A los indigentes lo condenó a la supervivencia con planes sociales sin encarar un programa de verdadera reactivación laboral. Al mismo tiempo, casi con voz maternal, pidió a los empresarios con los que había negociado un acuerdo que no lo “caguen” justo en ese momento. En el centro no hay un lugar, hay una línea imaginaria que es ideológica, utópica y verdaderamente inservible.

Había que atajar penales, pero parece que no le avisaron al arquero. La campaña giró sobre logros legislativos, que acompañó la propia derecha (¿nadie se preguntó por qué?), para sectores minoritarios. En la calle estaban los sindicatos y los Movimientos Populares, ya no con marchas o protestas, sino con trabajo social. Con ollas y comedores populares, dando de comer. ¡Dando de comer! ¿Había tomado nota el gobierno del 42 % de pobres, de los dos dígitos de desocupación, de la precarización laboral que se instalaba mientras la plata del Estado asistía a patrones inescrupulosos?

La unidad de cúpula no se trasladó a una unidad programática de abajo hacia arriba. Fue la división de las parcelas de gobierno para sostener al Estado, esto implicó que en líneas intermedias de distintos ministerios, por ejemplo, se mantuvieran en sus cargos a funcionarios de la gestión anterior. El gesto era demostrar que este “Presidente” no tenía vocación de revancha. En todo caso Alberto perdió un vagón del tren de la historia. Eso no era unidad, era sostener la estructura de la colonia. Por abajo, la cosa era más caótica. Todos y cada uno querían, quieren, alambrar su parcelita de poder insípido.

Hacer canciones. Cool. Cierto. Pero no es lo que necesitábamos. Si fuera por eso tal vez en las listas podíamos haber convocado a Charly García. ¿Y si escuchaba a Manal?: No debes cambiar tu origen Ni mentir sobre tu identidad , es muy triste negar de donde vienes, lo importante es adonde vas”. No pibe. Se podría decir: Todo se fue al carajo, la política es una mierda. Pero “todo empezó con el chiste que decía lo tuyo es mío y lo mío es mío”

El discreto encanto de la pequeña burguesía. Ahora se llora sobre la leche derramada, pero lo cierto es que se volvió a jugar para la superficialidad mientras que en lo real concreto ganaban los mismo de siempre. Si eso ocurrió lo de este domingo no puede sorprender pero si alarmar. Los errores están de este lado, más allá de como juegue la derecha. El centro no es el lugar, mucho menos para el peronismo.

Por otro lado Alberto creyó en el solucionismo tecnológico sin reparar en que el capitalismo de plataformas, tal como lo advierte el Movimiento Obrero, no puede ser considerado una solución al problema del empelo digno y del trabajo sin las garantías sociales adecuadas para proteger a las y los trabajadores. Y ahí podemos encontrar una pista de los que ocurrió: No se cuidó a los propios, se les pidió demás y muchos dijeron basta. Era obvio.

Una vez más, se despreció al Movimiento Obrero, a los Movimientos Populares, como aliados estratégicos y se decidió excluirlos de las listas. Entonces primó el discurso liberal blanco del goce y del garche, hasta lo advirtió la “groncha peronista”, que palabras más palabras menos pidió dejar de boludear. Pero ella también perdió y perdió Sergio. Es decir, la unidad de tres quedó en una foto urgente y algo sepia. Estaba claro se necesitaba algo más.

Prescindir de Perón sigue siendo un error fatal. Nos encanta citar autores europeos. ¿Y ahora?. Ahora hay que hacer lo que Alberto no quiso hacer en casi dos años, embarrarse. Oler a pueblo. Ser bárbaro, recuperar el origen plebeyo del peronismo. No solo hay que salir a buscar los votos que se fueron, sino que hay que tratar que no se vayan otros más. Alberto va a tener que hacer algo en lo que no se siente cómodo: tomar decisiones y confrontar. Después de todo para eso se lo votó en cierta forma.

Monseñor Enrique Angelelli, hablaba de tener un oído en pueblo y otro en el evangelio. Alberto gobernó con un oído en C5N y otro en el establishment, le faltó valentía. Seamos honestos entre nosotros, Vicentin es un caso testigo. Todo lo bueno que se hizo fue devorado por el desarrollismo que es liberalismo. Que mierda, lo escribimos en 2019, si no se derrotaba al neoliberalismo estábamos en problemas. Y acá está el presente.

Esto no es el fin. No hay que equivocarse, el Gobierno tiene oportunidad de recuperarse del tiro en el pie que se pegó en los últimos meses. ¿Cómo? haciendo peronismo. El peronismo no se enuncia, se practica. Se hace. Es realización permanente. Es la única manera posible de campear el temporal, lo demás es más de lo mismo. No hay que caer en el derrotismo. La oposición todavía no ganó nada. La derecha es vulnerable. La historia no terminó. Después de todo el peronismo es un arma cargada de futuro. 

 

 

 

 

13/9/2021

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