Opinión

La violencia de la “Bestia” neoliberal.

*Por Gustavo Ramírez

No hay quien se puede hacer el distraído. La ofensiva del gobierno nacional contra las organizaciones sindicales se enmarca en un proyecto político que promueve el descarte de la clase trabajadora, mercantiliza el trabajo y criminaliza la pobreza. La pompa verbal que apunta a diversos dirigentes sindicales encubre un programa aun más perverso que tiene que ver con la eliminación de derechos y garantías, al mismo tiempo que se impulsa el desmantelamiento del Modelo Sindical argentino.

La pregunta que emerge, en este contexto, más allá de la ignorancia política que denota el empresario antinacional Mauricio Macri, es ¿porqué existen trabajadores que se identifican con este gobierno y comparten la idea instalada de que el sindicalismo, como la política son nichos de “individuos” malvados? La pedagogía neoliberal ha trabajado psico-culturalmente durante años para deconstruir las acciones sociales que promovieron la movilidad social en el país. El predominio de las estructuras cognitivas fue determinante para la instalación de una ideología individualista que deshumanizó la política. En el siglo pasado, la apropiación y generación de sentido fue reproducida por el sistema educativo donde el sujeto trabajador y los conceptos de comunidad y bien común fueron suprimidos de manera sutil pero letal.

Con el posmodernismo el sistema educativo comenzó a ser prescindible para la reproducción ideológica del biopoder neoliberal. Las estructuras de dominio cultural se trastocaron, cuando ya el modelo educativo universal comenzó a mostrar fisuras de efectividad comunicacional se lo sustituyó por los medios concentrados de comunicación. La construcción de la historicidad contemporánea se aferró a visiones personalistas y concentró su mensaje en la preponderancia de la anti política, que alcanzó su zenit durante la crisis del 2001, y afianzó las viejas ideas demo liberales que en Argentina comenzaron a tronar a partir del golpe de estado de 1955. Ni hablar del proceso de destrucción de consciencia popular y de clase que estructuró, a través del terrorismo de Estado, la Dictadura Cívico Militar.

Este sentido no se modificó con el advenimiento de la democracia, en 1983. Alfonsín retomó la senda moderna del discurso democrático asentado en la perspectiva moral ya ensayada por los ingleses en plena Segunda Guerra Mundial. Basta repasar los discursos del británico Churchill para dar cuenta de tal perspectiva. La matriz fue idéntica a procesos anteriores: El peronismo y todo lo derivado de él estaba relacionado a lo antidemocrático y violento. De este modo se resumían años de historia donde se invertían los valores de la transformación social. El peronismo, que fue víctima del absolutismo ideológico, era convertido en enemigo de la Nación junto a sus Organizaciones Libres del Pueblo.

Claro que este es un paneo veloz sobre un proceso mucho más complejo. No obstante, impresiona que los pensadores que hoy ostentan el sentido del campo popular no den cuenta de lo funcional que terminó por ser el sistema educativo a lo largo de la historia a estas políticas de descarte continuo. Con e la “revolución” tecnológica y a partir de las redes sociales el virus ideológico se propagó con mucha más fuerza y efectividad. Del mismo modo las fuerzas progresistas, retardatarias dentro del esquema político de la amplitud del ámbito nacional y popular, alimentaron la idea de que el peronismo era obsoleto y con él la fuerza sindical. Es cierto que se podrá alegar que dichas fuerzas internas son minoritarias en el esqueleto político, sin embargo, trabajaron sobre un sentido anteriormente producido que ya estaba instalado en la psicología social como sentido común.

La restauración neoliberal del 2015, en la era del capitalismo posindustrial, reformuló cada uno de los conceptos detrás de una nueva perspectiva moralizante. La exacerbación del individualismo y la proclamación del empresario del Yo revitalizaron al realismo capitalista escondido detrás de la fachada de la libertad. Otra vez el peronismo y con él el sindicalismo fueron acusados de ser fuerzas del atraso, en la medida que son enemigos del libre mercado.

Los valores de la democracia, que ostenta el neoliberalismo de Mauricio Macri, se encuadran en la preservación de los beneficios económicas de los grupos económicos hegemónicos y transfiere el poder de dominación al narcisismo individualista del empresario del Yo. De esta manera el sujeto pierde toda inscripción humana, se desprende de la otredad y se reivindica en una igualdad que anula toda distinción del otro. La única libertad posible es la que promueve el capital financiero, en tanto y en cuento el individuo la percibe como apariencia. El mejor ejemplo es la idea de libertad de expresión donde el “periodista” es libre de decir lo que quiera, aún mentir, mientras no se percibe esa libertad como forma de propagación de la dominación cultural, social y política.

“La psicopolítica neoliberal encuentra siempre formas más refinadas de explotación”, sostiene el filósofo Byung- Chul Han y agrega “numerosos seminarios y talleres de management personal e inteligencia emocional y liderazgo prometen una optimización personal y el incremento de la eficiencia sin límite. Todos están controlados por la técnica de dominación neoliberal, cuyo fin no solo es explotar el tiempo de trabajo, sino también a toda la persona, la atención total, incluso la vida misma. Descubre al hombre y lo convierte en objeto de explotación”.

¿Todavía no advertimos porqué, entonces, Mauricio Macri ataca con vehemencia al sindicalismo?

El modelo sindical argentino, altamente democrático y participativo, como sostiene el abogado Damián Descalzo, representa todo aquello que neoliberalismo detesta y observa como fuerza de retraso social. El sindicalismo nacional reivindica la centralidad de la persona en la estructura social y destruye la conformación piramidal que sostiene a la injusticia social. Promociona el colectivismo en el marco de la comunidad organizada y sobre todo empodera al trabajador como actor histórico para disputar espacios de poder.

Los ataques de Mauricio Macri no se expresan nada más que en su verba rancia y pro británica, en la medida que se referencian en la ideología thatcherista. El presidente despliega toda una parafernalia para violentar a los sectores populares y presentarlos como factores del desequilibrio económico. Para este modelo los trabajadores y los pobres son engranajes descartables de la maquinaria esquizofrénica que promociona la economía neoliberal, pero, además, son obstáculo para el despliegue del capital financiero si son los actores centrales de la resistencia social que demanda amplitud de derechos. Por ende, tienen que ser controlados y si son indomables, entonces deben ser eliminados.

Esta fase del realismo capitalista no puede ser inscripta solamente en las antinomias ideológicas. La violencia que esgrime Macri debe tener una lectura sistémica desde la perspectiva psicopolítica. Aquí yace el gran dilema del campo nacional y popular y de sus dirigentes más representativos. Si no se supera la lectura electoralista y por el contrario, se articulan discursos a corto plazo se corren las barreras de los objetivos centrales del modelo nacional. Se esfuma el horizonte. La urgencia por llegar a octubre con chances de ganar debe contemplar la necesidad de recuperar la centralidad de la persona humana en el objetivo político en una construcción de largo aliento. Lo que alimenta con esta visión acotada es la mera supervivencia, el aquí y ahora no descompone la matriz neoliberal.

¿Qué Macri sea derrotado en las urnas incluye la derrota del neoliberalismo? No, si no hay una construcción sólida que se despoje de los discursos mesiánicos y utópicos. Insistimos en que el bilardismo político es una trampa ideológica. Sobre todo, si hay actores propios que no han podido despojarse del sentido que les fue implantado durante el extenso proceso histórico de descomposición social y a partir de allí se mantienen en la argumentación que el sindicalismo es pianta votos. Al neoliberalismo se lo derrota no con los trabajadores en las calles, sino con la clase trabajadora en la conducción del estadio de transformación social.

Por otro lado, la agonía del Eros político no presupone la derrota permanente del peronismo o del sindicalismo. Si bien constituye un desafío pensar el futuro del sindicalismo nacional ha llegado la hora de despejar personalismos y reafirmar la solidez del espacio comunitario interno. El Movimiento Sindical necesita tener su propia representación política y no depender de otras estructuras que terminan por ser funcionales a las concepciones neoliberales. La agenda de los trabajadores sigue ausente en la campaña electoral y esa ausencia alimenta a las bestias reaccionarias y a las fuerzas retardatarias.

Mientras tanto el gobierno acelera. No le teme a la velocidad. Le teme a la comunidad organizada. Le teme a la fortaleza de la solidaridad de clase, le teme a la organización porque sabe que la organización vence al tiempo. Ese temor es peligroso. Macri ya expuso que es un gobernante violento. Los trabajadores, por otro lado, saben como termina la película. Es hora de hacer valer entonces la fuerza de las Organizaciones Libres del Pueblo antes de que vuelva a ser demasiado tarde.

 

 

*Director periodístico  de AGN Prensa Sindical

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