Internacionales

La revuelta de Sri Lanka

*Por Guadi Calvo

Quizás en este momento tan particular de la historia, cuando todo está en debate y el sistema que rige al mundo, por lo menos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, cruje en sus cimientos, se tambalea dubitativo como el mismísimo presidente norteamericano Joe Biden, responsable junto a sus asesores de la actual situación internacional, en la que nada es absolutamente cierto. Si no que lo digan los figurones de papel maché, como el británico Boris Johnson, el italiano Mario Draghi, o Primera ministra estonia, Kaja Kallas, quienes hasta hace apenas un par de semanas enfriaban champagne, para brindar por la caída del presidente Vladimir Putin y hoy mirar alejarse a la historia sin ellos como protagonistas.

Un perfil lejano, pero muy simbólico, que da la dimensión de la magnitud de la crisis internacional, y muestra claramente en cómo puede repercutir, ya no importa la distancia, aunque sea de 6700 kilómetros, lo que existe entre la batalla de Ucrania y la revuelta de Sri Lanka.

En esa remota isla, que siempre nos evocó, más a salgarianas aventuras de piratas, que a una nación concreta, en la que no se obviaron, claro, guerras, dictaduras y terrorismo, parece ahora haberse convertido en el mascarón de proa de la tormenta que se nos avecina a todos, a la velocidad del rayo.

Las razones que derivaron en el drama que está viviendo la antigua Ceylán, tan detalladamente narrados en todos los medios, con solo cambiándoles algunos nombres y coordenadas, parecieran hablar de tu país, no importa cuál sea.

Con solo un hilo de palabras inconexas, pero íntima y trágicamente ligadas a una sigla, cualquier persona podría entender la reacción del pueblo esrilanqués: Corrupción. Desocupación. Inflación. Ajuste. Deuda. Pobreza. Desabastecimiento. Inestabilidad. Violencia. Represión y FMI, por lo que todo queda explicado.

Lo demás son detalles, regodeos narrativos y espeluznantes, que se centran en las protestas masivas que obligaron al presidente Gotabaya Rajapaksa, en el cargo de 2019, hasta hace unas pocas horas, conocido, como “Terminator”, por su capacidad de exterminio, no sólo ha renunciado, sino que debió fugarse del país, como lo que es, un verdadero criminal.

Las grotescas imágenes de él y miembros de su familia, corriendo por un muelle arrastrando sus valijas, para abordar con desesperación de náufragos, un buque de la armada para que lo aleje del país al que masacró y esquilmó junto a su hermano Mahinda, por décadas para llevarlo a Maldivas, y seguir después, en un vuelo a Singapur, desde donde seguiría a Arabia Saudita, como destino final.

Sri Lanka se encuentra frente a la mayor crisis económica, que ha vivido desde su independencia en 1948. La que se inició en marzo pasado y se profundizó a lo largo de junio tras una serie de medidas, que incrementaron el precio de los alimentos, en un ochenta por ciento interanual. Lo que hace que más de un cuarto, de los más de veintidós millones de ciudadanos, se encuentren al borde de una crisis alimentaria. Según funcionarios del Programa Mundial de Alimentos.

Llevando al Primer Ministro, Ranil Wickremesinghe, quien acaba de asumir como presidente interino, a admitir frente al parlamento a principios de semana que: “la economía había colapsado por completo”. Además de advertir que el país podría quedar sin arroz, el consumo básico de la población, en el próximo septiembre, ya que muchos agricultores no habían podido sembrar por los altos precios de las semillas y los fertilizantes.

A lo que hay que sumar la corrupción patológica de la familia Rajapaksa, cuyos miembros se han ido sucediendo en diferentes cargos desde la presidencia y ministerios, con una sola política de estado: robar. Panorama que agravó el Covid, degradando todavía más a la económica de la isla, para la que el turismo era una fuente constante de importantes recursos. Actividad que ya venía seriamente complicada tras los ataques terroristas en abril de 2019, en los que murieron cerca de 270 personas (Ver: Sri Lanka: Muerte en Pascuas.)

La piedra de toque, para el estallido de la crisis, ha sido, al igual que para la totalidad de la economía mundial, la extensión de la contraofensiva rusa contra la OTAN. Por lo que, en naciones como Sri Lanka, importadores de muchos insumos básicos, se ha profundizado la situación, por la disparada de los precios del combustible, los alimentos y medicamentos. Desde hace semanas la venta de nafta y gasoil, ha sido prohibida, para vehículo no esenciales y como en la pandemia, se ha vuelto a trabajar desde las casas en procura de un ahorrar de energía. A pesar de esas medidas, desde hace semanas los cortes en el servicio eléctrico han sido constantes y las escuelas han debido cerrar.

Los Rajapaksa, una familia muy normal

Desde hace años, mucho antes de las elecciones presidenciales en de Sri Lanka, el miedo se convertía en una sensación palpable para la población, ya que el apellido Rajapaksa, presente en la política del país desde antes que existiera como una nación independiente constituyéndose en una verdadera dinastía, era ineludible y ese nombre carga una oscura memoria para esa nación.

Los actuales jefes de la familia: Gotabaya, Mahinda, Chamal y Basil, han dirigido al país a su verdadero antojo. Nombrando a sus hijos y otros familiares en puestos claves, consiguiendo vaciar el poder del Primer Ministro y fortalecer la figura presidencial.

El ahora prófugo y expresidente Gotabaya Rajapaksa, cómo Secretario de Defensa, durante la presidencia de su hermano Mahinda, dirigió la represión contra el grupo guerrillero Liberation Tigers of Tamil Eelam (Tigres de Liberación del Eelam Tamil), en la guerra civil que vivió la isla entre 1983 y 2009, a un costo de 40 mil muertos, de lo que existe una profusa documentación, donde se responsabiliza a los Rajapaksa, de crímenes de guerra, desapariciones forzadas, secuestros y torturas.

En estos últimos días, el paradisiaco paisaje de la isla, que también se conoce, como “la lágrima de la India”, se ha visto absolutamente trastocado por el toque de queda establecido el pasado jueves catorce, para Colombo, la principal ciudad del país, y el despliegue de fuerzas militares en las principales rutas del interior, las que fueron autorizadas a usar “toda la fuerza necesaria, para evitar la destrucción de propiedades y vidas”.

Intentando evitar que se vuelvan a repetir acciones como la del pasado sábado nueve, cuando miles de manifestantes, tras duros enfrentamientos callejeros, las fuerzas de seguridad, no pudieron evitar el avance de la gente hacia los edificios gubernamentales. Entre ellos, el asalto a la casa presidencial, imágenes ampliamente difundida en las redes y los medios, en las que se veía a centenares de personas ingresando a las habitaciones de tirano en fuga, revisando sus cajones, saltando sobre su cama y zambulléndose en su pileta de natación.

Lo mismo sucedió con las oficinas del primer ministro Ranil Wickremesinghe, y con la toma del edificio de la televisión estatal. En esos choques más de cuarenta personas resultaron heridas, y hasta ahora se ha reportado un solo muerto.

El protagonismo de las multitudes parece hasta ahora no estar dirigido por ningún grupo político, ni social, aunque el movimiento Aragalaya (Lucha) parece estar consiguiendo un importante predicamento.

A pesar de la presencia de la gente en las calles, no solo en Colombo, sino en cada ciudad y pueblo del país, no pudo impedir el enroque que hizo Rajapaksa, antes de enviar su renuncia vía mail, al parlamento, nombrando al primer ministro, Wickremesinghe, como “presidente interino”, quien es un conocedor de los resortes del poder en la isla, ya que ha ocupado en los últimos veinte años importantes cargos en diferentes gobiernos.

La medida desesperada del nombramiento del nuevo presidente, dio suficiente tiempo para declarar el estado de emergencia, el toque de queda nocturno y pedir al ejército y la policía que hicieran “lo necesario” para impedir que los manifestantes ingresaran a los edificios gubernamentales. Mientras llamaba a los líderes de la oposición a presentar un nuevo candidato a Primer Ministro. Intentando contener a los manifestantes que ya han anunciado que no volverán a sus casas. Lo que podría en breve, generar más disturbios, lo que finalmente termina en matanzas que intentan evitar que las protestas lleguen más lejos que la toma de un palacio de verano y se convierta en la conquista del verdadero poder.

 

 

*Escritor y periodista. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

 

 

18/7/2022

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