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En la ética del pueblo “nadie se salva solo”

Por Redacción

Francisco se ha convertido en un actor central para combatir las injusticias sociales que se ciernen sobre el mundo de los pobres y de la clase trabajadora mundial.  Sus palabras interpelan al conjunto del pueblo desde el mismo ceno de su esencia. El Papa es uno de nosotros y el impulso de su fe nos invita pensar el mundo desde la periferia, sin darle la espalda a los más necesitados en un momento de crisis como el actual.

El último viernes, ante un plaza San Pedro, totalmente vacía, Francisco brindó una  Homilía histórica, no solo para fieles, si no para el gran pueblo que habita la Casa Común. Allí, el Santo Padre, expresó:  “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas”. 

“Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente” sostuvo Francisco.

El Papa añadió que “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”. 

En lo que se puede leer como una profunda crítica a los modelos sociales que pregonan el descarte social, el Sumo Pontífice indicó: “La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad”. 

Al mismo tiempo describió que “con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”. 

Por otro lado su Santidad aseguró que “podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas”. 

“Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”,  reafirmó el Papa del Pueblo.

En el momento crítico que padece la humanidad Francisco, en tono misericordioso, dio que “frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras”. 

Por último, Francisco rogó: “Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7)”.

Para muchos hombres y mujeres que hoy se ven desolados ante el avance de la pandemia de coronavirus, para muchos descartados, la palabra de Francisco representa mucho más que un mero resplandor espiritual. Su palabra convierte a la fe en un acto de resistencia, de lucha, es decir, en un acto político. Nos conmina a ser uno en la solidaridad ante los que sufren los crímenes aberrantes que impone un sistema que promueve la desigualdad como factor del desarrollo material.

La ética del pueblo es una fe revolucionaria y es esa fe la que nos puede salvar. No es un mero dogma impartido por el dominio cultural. Es la esencialidad ontológica de los pobres, de los humildes que han construido la Patria del mundo. Cuidar a los pueblos que sufren es cuidar también la Casa Común, es poner a la vida sobre cualquier razón material.

 

30/03/2020

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