Opinión

Día del Periodista: Recuperar la identidad colectiva como trabajadores.

Por Gustavo Ramírez

 

La romantización de la profesión periodística representa un alto grado de ideologización de esta. Cuando se enfatiza sobre la idea de verdad y objetividad se vacía de contenido al significante “periodista” y se lo despoja de toda entidad social y política.

No hay neutralidad en el periodismo, porque la comunicación es un hecho sociopolítico donde intervienen sujetos sociales altamente conscientes del acontecimiento que producen. No hay periodistas inocentes en la medida que la elección de asumir un rol determinado en la estructura comunicativa implica una decisión política. Desde dónde el periodista se posiciona para informar constituye en sí mismo un acto político.

En la mal llamada era de la posverdad se ha empoderado al periodismo para dar cuenta de una verdad absoluta que, en términos de realismo capitalista, no es más que la representación de un universo narrativo. ¿Cuál es la verdad sobre el Ser del periodista? ¿Es absoluta esa verdad? ¿Qué es la verdad y porqué es verdad?

En una sociedad titulada la verdad es una epifanía y para algunos sujetos sociales hasta puede que sea una utopía. En nombre de la objetividad el corpus editorial fomenta que el periodista sea pasivo, se deshumanice, para gestionar la construcción de un relato como absoluto de la realidad. Se utiliza  esa concepción como sentido común y universal categórico, de tal manera, que llega al punto crítico de la desubjetivación y se pierde noción de que en realidad el periodista es un trabajador más.

 

Se da por hecho, en el plano coyuntural, de que aquello que dice, sostiene tal o cual periodista es una verdad irrefutable. Sin embargo, esa verdad no es más que un artificio sujeto al juego establecido por las estructuras pedagógicas del modelo imperante. El neoliberalismo no necesita de golpes militares para propagarse como un virus venenoso por las venas de la población. Por el contrario, ha comprendido que los mejores canales de propagación de su peste son aquellos espacios imperceptibles donde el contagio es mucho más sutil y efectivo. Esa microfísica del poder ha contaminado al periodismo y el periodista es ahora un fiel portador y propagador de la enfermedad.

Al estar desposeído de su subjetividad, de manera consentida y consciente, el periodista se autorreferencia como asistente moral de la verdad del sistema. Se autodetermina como formador de opinión y pierde toda potencialidad como trabajador. Esa megalomanía denota que en el marco de la profesión pauperizada el Eros social agoniza. En la sociedad de alto rendimiento el periodista del sistema es un encumbrado Empresario del Yo, afirmado en su patología narcisista y soberbia, como transformador del universo circundante, cuando lo que genera es todo lo contrario.  No es una víctima. Esa es su elección.

¿Pero esta es la única posibilidad de realizarse para el periodista? La comunicación popular, emergente de la crisis del 2000, esparció, por un breve lapso, la franca idea de que podían sostenerse nuevos espacios de emergentes profesionales. No obstante, no logró vincular de manera coherente al periodista con el trabajo intelectual y ontológicamente como trabajador. El asistencialismo permanente, en el que naufragan los medios populares, es un impedimento para romper con la pedagogía dominante. La caracterización del periodista popular es igualmente precaria y queda encerrada en los contornos de la ideología hasta extremos exasperantes. Amén de caer constantemente en la trampa que imponen los grandes conglomerados mediáticos. La idea romántica, del periodista popular que batalla contra molinos de viento, impone la leyenda mítica del soldado heroico y lo coloca en un lugar demasiado pequeño y le permite victimizarse, mientras su labor también se precariza. La épica también es una construcción ficcional de la profesión y encubre la ausencia de reconocimiento del trabajo y tampoco hace a la visibilizarían de las problemáticas estructurales a las que se enfrenta la comunicación popular. La idea del periodista militante se asemeja a la concepción del periodista sistémico, de hecho, lo es.     Lo cual, en algunos casos, permite que muchos trabajadores de prensa realicen su labor por años sin recibir remuneración alguna por su producción.

Lo bueno, lo malo y lo feo en el periodismo contribuye a la realización de narraciones que no suelen reflejar la realidad efectiva por la que atraviesa el periodista como trabajador. En muchos casos el individualismo narcisista reivindica nociones erróneas sobre el trabajo del periodista. Ese desvínculo social impera en la matriz ideológica de un gran fragmento de los colegas. El Yo opera sobre el conjunto de manera miserable y miope.

Es posible, entonces, afirmar que un periodista no se realiza en una comunidad que no se realiza. Es cierto que la información es un derecho, pero cabe la pregunta de qué tipo de información y qué tipo de agente social es el realmente válido para dar esa información. El periodismo tóxico abunda y lumpeniza la información como fetiche social, sobre todo para los sectores populares, que son permanentemente subestimados por “esos” periodistas.

El periodista es ante todo un trabajador. Si esa idea no se fija en términos políticos, sociales y culturales, será difícil que el sujeto periodístico pueda gestar empatía con aquello que observa y describe como información. La denuncia permanente, como herramienta de labor productiva, es un artilugio marketinero que permite situar al lector, oyente, televidente, en un espacio cómodo. Del mismo modo que sitúa al periodista en un periodismo sin interrogantes profundos. En esa superficialidad se pierde de vista que la información fidedigna puede contribuir al desarrollo del bienestar social como bien común de la comunidad organizada. Es preciso romper el contrato de lectura para idear uno nuevo que realce la realización periodística como factor político.

Sin los pies en la calle, sin un marco empático con el otro humilde, descartado, pobre, abandonado, el periodista es un ser artificial que evidencia las marcas sociales solo cuando padece el ataque del modelo que descompone su universo laboral. La ausencia de consciencia de clase y la propensión continua a caer el voluntarismo, son directrices ideológicas que promueven el adiestramiento intelectual en la insensibilidad. Sin una identificación política-ontológica con el mundo del trabajo, el periodista se convierte en un componente reproductor de la Matrix que restringe su trabajo a mero reproductor social.

El periodista está en crisis. Una crisis total que amenaza con liquidarlo si no hay un planteo que lo ponga de nuevo en la tierra fértil del pueblo. La incesante búsqueda de la verdad tal vez tenga que traducirse en la apertura de un camino que conduzca a la Justicia Social. Por momentos la profesión se tiñe con las excusas, muchas veces válidas, pero que no terminan de forjar lazos sociales que posibiliten la estructuración elemental del bien común al que debe direccionar su labor el periodista.

 

La discusión fina es sobre la epistemología de la profesión. No obstante, puede resultar difícil hablar del hambre de los pobres, por ejemplo, solamente desde las estadísticas. Como dijimos, la denuncia moral es una elección de posicionamiento político que pone al periodista en un lugar económico y por momento elevado desde lo mesiánico: “mírenme, yo denuncio el dolor del pueblo y lo puedo hacer en la medida que no me siento parte de él”. Esa diferenciación estructural es, del mismo modo, un acto político demagógico, como una postura ideológica que ostenta el desprecio por el pueblo y en la medida que la exacerbada positivización del mismo opera en el sentido común como negatividad.

El periodista es un trabajador que puede desarrollar toda su potencialidad en la observación del conjunto social, en tanto y en cuanto esa mirada logre aportar elementos sociales, culturales y políticos para alcanzar la Justicia Social en la promoción del bien común de la comunidad.

Todos aquellos significados, que otrora, eran para el periodista una descripción social que le era ajena hoy se le hacen carne de manera brutal. Precarización laboral, despidos, violencia social, pauperización salarial. Son los significados de una realidad que no se colectiviza entre pares como un problema común del gremio en general. Por el contrario, la solidaridad entre pares es mínima a la hora de la puesta en común. Muchos periodistas responden a la obediencia debida de sus patronales y rompen los lazos esenciales de solidaridad que hermana a los trabajadores.

La crisis del periodista es una crisis ontológica. Aun no se sabe dónde hará eclosión ni cómo. Es necesaria una reformulación profunda de la labor periodística. Pero sobre todo urge que el periodista se reconozca y sea reconocido como un trabajador. Lo que demanda que el periodista. ante todo., recupere el sentido de su identidad.

 

 

*Director Periodístico de AGN Prensa Sindical.

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