Opinión

7 de noviembre de 1981: “La justicia social no se discute, se conquista”

Por Gustavo Ramírez

La conciencia Nacional es forjada en el transcurso de la historia por el sentido de pertenencia de la clase social que la referencia: La clase trabajadora. La ruptura sentido común, que propaga la ideología dominante como  un sutil truco de la colonización política y cultural, que embauca a propios y extraños, promueve una deconstrucción social, política y cultural que no suele ser apreciada en su propia plenitud.

Las luchas populares encabezadas por el Movimiento Obrero no se producen desde la centralidad de un cuerpo político. Su carga social se ha manifestado históricamente desde la periferia al centro y abrió paso para que las bases expresen su potencialidad unívoca en cada proceso de lucha. La licuación de la apreciación histórica pondera relieves uniformes de la resistencia sin comprender la profundidad del acontecimiento que también es, en sí mismo, un hecho cultural.

Senén González y Fabián Bosoer relatan en su Breve Historia del Sindicalismo Argentino: “La Argentina subterránea se volvió a manifestar abiertamente el 7 de noviembre de 1981 en la marcha por “Paz, Pan y Trabajo” a la Iglesia de San Cayetano, empujando a oros sectores a pasar a la oposición en forma más activa. La marcha fue organizada por la CGT Brasil y contó con el apoyo de algunos partidos políticos. Convocó a más de 30.000 personas y fue descripta por los cronistas como la marcha de la bronca”.

Fue, nuevamente el subsuelo de la Patria sublevado, el que encarnó una resistencia determinante contra la Dictadura-Cívico Militar. La cultura colonizadora suele ningunea estos acontecimientos históricos. Vale preguntarse porqué estos episodios no son narrados en los textos escolares. La respuesta inmediata es simple: El sistema educativo no es nacional, es la herencia predeterminada de la cultura aristocrática pro europea.

El pensado popular, Arturo Jauretche explicará que la colonización pedagógica tiene agentes específicos convocados para el diseño de las políticas de desarraigo social: “La enseñanza superior cumple entre nosotros la función de resolver el problema económico de los hijos de las minorías y parte de las clases medias y extraer, accidentalmente, algunos elementos calificados del seno del pueblo para incorporarlos”.

Las gestas del Movimiento Sindical son excluidas de los ámbitos académicos porque simplemente el sistema educativo argentino reproduce los esquemas morales las élites colonizadoras. El aparato pedagógico sirve como esclavo de los intereses culturales impuestos por la determinación financiera como bagaje ideológico. De allí que toda injerencia disruptiva del campo sindical sea interpretada como un mero acto de barbarie.

La lucha encarnada por el Movimiento Sindical en 1981 desnudó la vulnerabilidad del Dictadura- Cívico militar mucho más allá de los principios rectores de la lucha armada. El sindicalismo, aun con su propia dialéctica interna, aprendió de Perón: “la organización vence al tiempo”, perdió el temor, licuó a los elementos infiltrados en el Movimiento, como Jorge Triaca padre, por ejemplo, y templó la lucha sin miramientos.

Claudio Díaz describió en su obra “el Movimiento Sindical Argentino” que “llegado el año 1981, las medidas de fuerza se acentuaron: huelgas, ocupaciones de fábricas, movilizaciones y manifestaciones por despidos y bajas de salarios, dos paros nacionales de SMATA y un nueva general convocada por la CGT en reclamo por la recuperación del aparato productivo y los niveles de salario más la plena vigencia del Estado de Derecho”.

El corolario de estas instancias será la movilización histórica por Paz, Pan y Trabajo. Como en el presente, la “fe se tornaba revolucionaria”. Pero también era la conciencia nacional aflorando por los poros de la clase trabajadora, era la reivindicación de sus desaparecidos, de sus torturados, de sus mártires.

Durante estos últimos cuatro años los sectores medios y altos jugaron un papel similar al de aquellos años. La respuesta vino, una vez más, del Movimiento Obrero. Sin embargo las operaciones pedagógicas volvieron a aflorar pero esta vez desde el vértice progresista del campo popular que no ha podido desprenderse de su visión “atlantista” de la realidad social nacional.

Estos sectores sociales no han comprendido en profundidad el pensamiento de Perón y se han refugiado bajo el ala mediatizada del cristinismo al que absorbieron como una semiótica de lo posmoderno. Sin embargo el Movimiento Obrero Organizado, las Organizaciones Libres del Pueblo, recuperaron el sentido ontológico de la doctrina peronista y prevalecieron sobre lo intereses sectoriales de las fuerzas retardatarias progresistas.

“Cuando el obrero ha estado en el mundo sin organizarse ha sido juguete de las circunstancias y ha sufrido la mayoría de las injusticias sociales. La justicia social no se discute: se conquista sobre la base de organización y, si es preciso, de lucha”, este el concepto madre del peronismo que se hace carne en cada pelea que establece contra la colonización el Movimiento Obrero. Es desde donde parte el sindicalismo para fundamentarse y es hacia donde debe volver tras un arduo debate. Perón no está muerto.

El 7 de noviembre de 1981, como el 27 de octubre del 2019, son hitos históricos que representan el ascenso, desde las catacumbas de la incertidumbre, de la clase trabajadora. Son triunfos populares que la historia oficial no puede soslayar ni la matriz progresista social demócrata puede vaciar de contenido.

La rememoración social no puede ser reducida a la mera espiritualidad mítica o al romanticismo político. Cada triunfo popular es a su vez un símbolo de la justa barbarie que se antepone al imperio de la cultura del amo. Ese 7 de noviembre y este 27 de octubre son, cada uno a su manera un renacer del 17 de octubre de 1945. La fe revolucionaria de la esperanza.

Como escribió Scalabrini Ortiz: “La substancia del pueblo, su quintaesencia de rudimentarismo estaba allí presente, afirmando su derecho para implantar para sí mismo la visión del mundo que le dicta su espíritu desnudo de tradiciones, de orgullos sanguíneos, de vanidades sociales, familiares e intelectuales. Estaba allí desnudo y solo, como la chispa de un suspiro: hijo transitorio de la tierra capaz de luminosidad eterna”.

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